Todos los exámenes serán orales: están buscando al nuevo Leonardo DiCaprio, no al nuevo Alan Poe. Formamos en el gimnasio, una cajetilla de tabaco del tamaño de Maryland, que huele a desinfectante y a crema depilatoria. Somos un grupo variopinto; los arios perfectos tienden a agruparse de forma natural y a mirar con condescendencia a los demás. Quizás se ha olvidado de Jack Black y de Denzel Washington y de Ben Stiller. Entra el grupo de monitores, comandados por un tipo moldeado en plexiglás que me suena de algún episodio de CSI New York. Me asombra cuando abre la boca, como si una fotografía se pusiese de pronto a hablar. Nos van a dividir en grupos de 40 para realizar la primera criba. Cuando escuchemos nuestros nombres debemos seguir al monitor que nos haya nombrado. Por un momento me entra el pánico: no recuerdo el nombre artístico que he dado pues hasta el último momento he estado dudando entre Dustin Brewell, Pete Nowland, Bruce Niper y Tom Ballack. Estoy casi seguro de que descarté Bruce Niper porque no sonaba lo suficientemente heterosexual; Tom Ballack me sonaba a cowboy y Dustin Brewell (mi segundo nombre y el apellido de soltera de mi abuela materna) sonaba demasiado judío. Por descarte estoy casi seguro de que me apunté como Pete Nowland, pero de pronto siento pánico de nuevo: existe la posibilidad de que alguna otra persona haya dado el mismo nombre. Tardo quince minutos en descubrir, alibiado, que no; me llaman para el grupo 8 y sigo a mi monitora, una cuarentona con más botox que células musculares. Nos conduce a un pequeño gimnasio completamente acolchado donde nos alineamos en cuatro filas, por orden alfabético. La primera prueba consiste en responder a un breve cuestionario. Debemos adelantarnos cuando oigamos nuestro nombre y contestar de cara a los demás. La primera es una tal Amber Alba, un esqueleto siliconado en mayas fuxia. Teniendo en cuenta que la cámara añade ocho quilos, estaría perfecta como superviviente de Auschwitz. La primera pregunta me sorprende, pero no a Amber, con lo que me alegro de no ser el primero: describa someramente su orina: color, consistencia, olor, regularidad. Amber, sin inmutarse, responde con voz clara y armónica que orina una media de 16 veces al día, que su orina suele ser de color Coca Cola, espesa como mocos y con olor a bilis. Se gira y da un paso atrás, reintegrándose en su fila. En ese momento comprendo que lo importante no es la respuesta, sino la actitud. Cuando me toca respondo con mi mejor sonrisa torcida combinada con mi mirada más gélida que meo una vez los días pares y dos los impares, que mi orina tiene el color y la consistencia de la salsa carbonara y que nunca he sido tan cerdo como para olérmela, pero que supongo que olerá a zumo de pomelo recién exprimido. Oigo un murmullo a mi espalda cuando vuelvo a mi posición. [Continuará]
martes, 24 de junio de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario