
Me meto en un bar que conozco de otras veces. Sé que los bocadillos son grandes y baratos, y que siempre hay la suficiente clientela como para pasar desapercibido; odio comer solo, nunca sé a dónde mirar. Cojo un periódico y me siento enfrente de la tele. Pido un bocadillo de lomo con queso y una caña. La camarera (la hija de los dueños), los dueños y varios clientes acodados en la barra no dejan de reírse. Creo que he llegado en mitad de un chiste y me siento como un aguafiestas. Paso las páginas del periódico sin prestar atención, apenas mirando por encima los titulares, que se me olvidan en cuando paso la página. Me tomo un café con leche y pago. Aún siguen los ecos del chiste, las miradas cómplices y las risas ahogadas. Suerte que no tengo el día paranoico, sino me lo empezaría a tomar como algo personal.
Afuera ha comenzado a llover ligeramente. Me gustaría volver al momento de la mañana en que dudé si traer paraguas o no, pero me tengo que conformar con subirme el cuello de la cazadora y caminar pegado a las casas. Mi hermana ya habrá llegado a su casa, así que hacia allí me dirijo. Recuerdo el edificio porque en el bajo hay una inmobiliaria, y el truco mnemotécnico para acordarme de su piso, el 2ºB, es que, visualmente, se parece a un 23, el número de Michael Jordan; con lo cual, en mi mente, mi hermana y Michael Jordan conviven más estrechamente de lo que ninguno de los dos podría imaginar. Mi hermana me abre sin que haga falta que le diga quien soy, y arriba ha dejado la puerta entornada. Golpeo un par de veces, me limpio los zapatos y entro. [Continuará]
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