
Un comité me llama por la mañana, tras la sesión de aqua aerobic, a su despacho. Me reciben tres ejecutivos sonrientes con fundas fosforescentes en los dientes, sentados tras una mesa del tamaño de un rinoceronte macho adulto. Sin molestarse en incorporarse me señalan una silla frete a la mesa y, en cuanto me siento, me dicen que me han estado observando de cerca desde hace un tiempo. Casi se me suben las pelotas de la emoción. Me dicen que en el star system actual hay una carencia casi absoluta de homosexuales judíos, y que yo puedo rellenar ese vacío. Ahora entiendo la sesión de fotos leyendo la Mishná en shorts. Les explico que sólo soy un 25% judío, y que además soy heterosexual, lo que los desconcierta. Se reagrupan para tomar unos apuntes y debatir en voz baja unos minutos, tras los que vuelven a recuperar la posición de superioridad que les confiere sus trajes de 8 mil dólares y el tener el único cubículo con aire acondicionado y moqueta en 300 millas a la redonda. Me van a hacer tres preguntas a las que tendré que responder con un lacónico sí o no. Las preguntas son: ¿guardo el pan de molde en la nevera?; ¿tengo más de tres tipos de té en casa?; ¿uso acondicionador? Cuando respondo a las tres preguntas de forma afirmativa, las sonrisas profesionales vuelven a sus rostros y me dicen que siga trabajando así, que están muy orgullosos de mí. Al día siguiente me toca la primera sesión de tres del seminario formativo “Ambigüedad sexual: Keanu Reeves”, cuyos detalles prefiero obviar. Después vendrá, “La excepción sionista: Paul Newman”. [Continuará]
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