sábado, 7 de junio de 2008

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [34]

[Coninuación] Desde el pasillo las oigo hablando todavía. Me meto en el baño y cierro la puerta. Abro el mueble del espejo. Dentro hay un poco de todo: crema hidratante, agua oxigenada (alcohol no), mercromina, algodón, gasas, unas pinzas de depilar, un cepillo de dientes sin abrir, un spray para las aftas, paracetamol, emoal, una crema exfoliante anti puntos negros, una crema para las manos, colirio, desodorante en rolón, desodorante en spray, enjuague bucal, cuchillas de afeitar, cera depilatoria, un cortaúñas, pasta de dientes, etc, etc, etc. Pero ningún fármaco, ningún tranquilizante, ningún antidepresivo, ningún ansiolítico. Los debe de guardar en otra parte, porque de lo que no me cabe duda es que los está usando. Además de su reciente cambio de humor y de la mirada legañosa y dilatada que tiene, me extrañaría que superase un proceso de separación de su pareja de toda la vida, con cuarenta años, sin su ayuda. De pronto me doy cuenta de que he sido un imbécil; por supuesto, las guarda en la mesilla de noche. ¿Dónde si no pondría unas pastillas para dormir?
Salgo de nuevo al pasillo, en silencio, escuchando las voces desde la cocina. Entro en el dormitorio de mi hermana y enciendo la luz conteniendo el aliento, con precaución. Dejo la puerta entornada para apreciar la menor variación en el tono de la conversación en la cocina que me pueda alertar; mi presencia aquí sería más difícil de explicar que en el cuarto de baño, así que voy tramando una excusa todavía informe mientras me acerco a una de las mesillas de noche. En el cajón de arriba: relojes, gafas, pulseras, cremas, cartas... en el de el medio, libros de autoayuda y temas esotéricos y similares (el poder de ciertas piedras, el poder de ciertas formas geométricas, flores de bach...). En el cajón de abajo, álbumes de fotos y sobres con negativos. Oigo la voz de mi hermana más cerca, y me da un vuelco al corazón. Permanezco en silencio, sin poder moverme ni pensar en nada. Confío mi dignidad y mi supervivencia a mi capacidad de improvisación, pero no es necesario: oigo a mi hermana abrir una alacena en la cocina y volver a la mesa, mientras Begoña se ríe a carcajadas y mi hermana la imita contagiada. Espero unos segundos más, pensando que debería haber dejado el ordenador encendido como posible e hipotética coartada. Rodeo la cama de matrimonio y me dirijo a la otra mesilla. Un elemento me hace albergar optimismo: una botella de agua mineral descansa entre la mesilla y la cama; si hay pastillas en alguna parte, tiene que ser aquí. En el cajón de arriba, trastos varios. En el de en medio, ropa interior fina y un pequeño vibrador cromado (horror). En el de abajo, por fin, el alijo. Nervioso, rebusco entre las cajas de medicamentos, con cuyo simple contacto me tranquilizo y excito al mismo tiempo: paracetamol, aspirinas de todo tipo, pastillas anticonceptivas (al día, lo que me extraña), vitaminas, ampollas anticaída del pelo, una crema decolorante, crema fortalecedora de uñas, crema para el contorno de los ojos, crema para el prurito vaginal, pastillas para la irritación de garganta... Nada, en definitiva, que me sirva. Tengo que contenerme para no cerrar el cajón con fuerza. Trato de tranquilizarme, respiro lenta y profundamente. Sólo queda un lugar posible: la mesa de la cocina. Me parece plausible: quizás se toma las pastillas después de las comidas. Urdo un plan para sacarlas de la cocina. Salgo del dormitorio y entro a hurtadillas en la habitación de invitados donde vuelvo a encender el ordenador. [Continuará]


1 comentario:

Eva Torices dijo...

Hola :) Esta historia promete, así que buscaré un espacio adecuado para venir aquí y cogerla desde el principio.

Gracias por tu visita, me alegra que te haya gustado.