jueves, 26 de junio de 2008

:stars [3]

[Continuación] El encargado de mantenimiento (básicamente desatasca los sumideros de las duchas de una masa compacta de vello y esperma) es Frank Capra Jr., hijo de mítico director. Es un septuagenario sacado de un concurso de parecidos con Hemingway que dedica su tiempo libre a pintar cuadros Pop Art. Me enseña alguno y resultan ser versiones torpes y coloristas de iconos Disney, sólo que no parece haber ninguna ironía ni segunda intención, además de que jura que son diseños propios. Está trabajando en un Pato Donald deslavazado al que ha bautizado como Pato Blanco. Duda de que color pintarle el gorrito de marinero y yo le sugiero que quizás de azul, lo que le parece una idea genial. Mientras sigue pintando me cuenta anécdotas de los viejos tiempos. Resulta que había una versión alternativa de Sucedió una noche en la que Clark Gable era viajante de comercio. Vendía sombreros e iba a todas partes cargado con un baúl lleno hasta los topes. Llegó a rodarse una espectacular escena final en la que un tornado abría el baúl y los sombreros volaban en espirales mientras un despeinado Clark Gable se desvivía por volver a meterlos en el baúl. Costó la friolera de 16 mil dólares (de 1934) pero finalmente se descartó y se reescribió todo el argumento porque Harry Cohn (uno de los dueños de la Columbia) no dio el visto bueno tras un pase previo. Aunque adujo que rompía el clímax romántico, las malas lenguas afirmaban que la verdadera razón era el hipnótico bamboleo de las orejas de Gable.
Sea como fuere, esto sucedió antes de la invención de la máquina del tiempo en 1979. Frank me explica que el gasto energético para ponerla en marcha es tan sumamente elevado que sólo grandes empresas multinacionales (además del gobierno) pueden asumir el gasto. Sólo se puede viajar siete días al futuro, y supone un coste de unos 300 mil dólares. El primer gran estudio cinematográfico que hizo uso de la máquina del tiempo fue la Universal, en 1985, con, irónicamente, Regreso al Futuro. Neil Canton, uno de los productores, no tenía nada clara la línea que el director Robert Zemeckis le estaba dando a la película en la mesa de montaje. Sin contar con la opinión de nadie, pretendía homenajear con su obra al Stalker de su admirado Andrei Tarkovski. Canton, en un último intento desesperado, llevó a Zemeckis al futuro, al día del estreno de la película. Peores que los resultados en taquilla del primer fin de semana fueron las críticas, que tildaban al film de pretencioso, aburrido, incomprensible y un plagio descarado de La hora del lobo de Bergman (?). Zemeckis, desconcertado y destrozado, comprendió en ese instante que su destino no era el ostracismo y las salas de arte y ensayo, sino el anfiteatro del Kodak Theater y los packs de lujo con escenas eliminadas y comentarios del director. En un gesto que le honra, Zemeckis se pasó la siguiente semana en la sala de montaje, reordenando y construyendo la película prácticamente desde cero. El resultado es bien sabido por todos: 210 millones en taquilla (el mayor éxito del año), y un nuevo astro en el firmamento: Michael J. Fox. Si un tipo enano, cabezón, tirando a repelente y justito de atractivo se pudo convertir en una megaestrella, ¿por qué yo no? Ah, los caminos del estrellato son inescrutables. [Continuará]

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