20 de noviembre - Y sin embargo no ha habido manera. En cuanto apagué la luz me desvelé, como si el interruptor, además de cortar la corriente eléctrica que viaja hasta la lámpara, conectase alguna zona de mi cerebro que me impide conciliar el sueño. Que extraña máquina es el cuerpo humano. Trato de que no cunda el pánico, busco una posición cómoda, relajo los miembros y cierro los ojos despacio, sintiendo los párpados ligeros como alas de mariposas. Pero de pronto oigo el zumbido de una mosca y toda mi relajación zen se va al carajo. Escucho el zumbido unos segundos, agazapado en la cama, para corroborar que es de una mosca; sí lo es. Enciendo la luz y salgo al pasillo. Silencio. Busco entre los cadáveres de moscas a una que se esté haciendo la muerta, pero no hay manera; son demasiado astutas o demasiado tontas, no lo sé, pero está claro que sus mentes trabajan en una frecuencia distinta a la mía. Me vuelvo a acostar y a apagar la luz. Como en un chiste, a los pocos segundos vuelve a oírse el zumbido, y en cuanto enciendo la luz vuelve a desaparecer. Este ciclo se repite tres veces, hasta que doy con una solución: apago la luz y espero a que se inicie el zumbido sentado en la cama, armado con una zapatilla. En cuanto comienza de nuevo me dirijo hacia él, agachado, en silencio, como un cazador furtivo. Aguanto la respiración mientras siento que me estoy acercando al origen del ruido: puedo apreciar sus modulaciones, el vibrato sutil e intenso. Cuando estoy justo encima le suelto un zapatillazo sin concesiones, que da justo en el blanco: un crujido apunta en esa dirección y el posterior silencio me lo confirma. Enciendo lo luz para una comprobación final: veo medio cadáver aplastado de la mosca en el suelo, y la otra mitad en la suela de la zapatilla, y casi me entran ganas de llorar de alegría. Me vuelvo a acostar rodeado de un silencio denso y vivo, vuelvo a relajarme pero... no logro dormir: sólo unos ratos sueltos entre miradas al despertador, pero sueños ligeros, insignificantes, como escupitajos desde un barco.
Me levanto temprano por puro aburrimiento. Deambulo por la casa como un zombi, flotando, siendo especialmente consciente de los músculos de mi cara, como si tuviese una máscara pegada. Salgo a comprar el pan por recordar el mundo exterior. En la panadería argentina me atiende una chica: es atractiva pero ligeramente ternesca, lo que me deja frío. Cuando me sonríe al darme el cambio veo que le falta un diente, lo que la elimina definitivamente de mis fantasías.
Lo que llega a mis ojos parece extraño y lento, como si la luz se moviese mediante nebulosas y no mediante ondas. A media tarde me llama David. Tengo el teléfono justo a mi lado y veo que sólo lo deja sonar cinco segundos antes de colgar. Es tiempo suficiente para que me pregunte quién es David, como si un extraño se hubiera infiltrado en mi agenda del móvil. Después caigo en la cuenta: hace años que no nos vemos, pero estuvimos juntos en un par de asignaturas de la carrera. No sé que querrá, pero el truco de la llamada perdida no servirá conmigo, el Rey de las llamadas perdidas. Si quiere algo, que me vuelva a llamar, yo no pienso dar ningún paso. De hecho cada vez me estoy aislando más; hasta yo puedo notarlo. Mantener las amistades es como una partida de Risk: no puedes mantener muchos frentes abiertos sin que alguno termine por resentirse.
El resto de la tarde pasa en un febril duermevela. Un sudor frió me empapa la ropa. No tengo hambre ni ganas de comer. Me tomo una pastilla entera. Me quedan dos.
Me levanto temprano por puro aburrimiento. Deambulo por la casa como un zombi, flotando, siendo especialmente consciente de los músculos de mi cara, como si tuviese una máscara pegada. Salgo a comprar el pan por recordar el mundo exterior. En la panadería argentina me atiende una chica: es atractiva pero ligeramente ternesca, lo que me deja frío. Cuando me sonríe al darme el cambio veo que le falta un diente, lo que la elimina definitivamente de mis fantasías.
Lo que llega a mis ojos parece extraño y lento, como si la luz se moviese mediante nebulosas y no mediante ondas. A media tarde me llama David. Tengo el teléfono justo a mi lado y veo que sólo lo deja sonar cinco segundos antes de colgar. Es tiempo suficiente para que me pregunte quién es David, como si un extraño se hubiera infiltrado en mi agenda del móvil. Después caigo en la cuenta: hace años que no nos vemos, pero estuvimos juntos en un par de asignaturas de la carrera. No sé que querrá, pero el truco de la llamada perdida no servirá conmigo, el Rey de las llamadas perdidas. Si quiere algo, que me vuelva a llamar, yo no pienso dar ningún paso. De hecho cada vez me estoy aislando más; hasta yo puedo notarlo. Mantener las amistades es como una partida de Risk: no puedes mantener muchos frentes abiertos sin que alguno termine por resentirse.
El resto de la tarde pasa en un febril duermevela. Un sudor frió me empapa la ropa. No tengo hambre ni ganas de comer. Me tomo una pastilla entera. Me quedan dos.
3 comentarios:
Saludos compañero!!! oye, ya me han dicho que el manuscrito ya va pidiendo final...ya te contare...Saludos!!
Hola, compadre under:
Aquí me tienes, por las tierras del Quijote pasando CALOR. Y ya me contarás quién es el/la judas que ya pide el final. Pues que sepa que queda para rato... y que quedan sorpresas. Un saludo!
¿¿Final?? Este tío con lo salido que está tendrá que echar un polvo antes de desaparecer ¿no?
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