[Continuación] Ya desde el umbral oigo a mi hermana hablando con otra persona en la cocina: Begoña. Es su amiga inseparable desde que mi hermana se ha separado (no tengo noticias de que se haya divorciado, pero tampoco le he preguntado). No tengo muy claro si ha salido ganando o perdiendo con el cambio. Geno era un tipo tirando a simple, sin frente, excesivamente jovial para mi gusto, cebado, cariado, compacto y con el centro de gravedad a ras del suelo. La mayoría de estas cualidades habría que achacárselas a mi hermana, una repostera obsesiva que, al ser diabética, nunca prueba nada de lo que cocina. No teníamos ningún tema de conversación común, así que sólo lo conozco como se puede conocer a un pájaro. Y Begoña... es una cuarentona, solterona, adicta al chocolate y lectora sólo y exclusivamente de Isabel Allende. Demasiado vulgar para ser lesbiana, aunque me gusta pensar que tiene un lío con mi hermana, sólo por darle un poco de chispa a mi vida.
Las oigo hablando en un galimatías de polisílabos sobreponiéndose que se cortan en seco en cuanto entro en la cocina. Me reciben con una cara de mayonesa cortada. Me dan ganas de gritar que he venido expresamente para hacerle un favor, pero me limito a saludar con una sonrisa forzada y a darle dos besos a Begoña. Mi hermana me ofrece un café y me corta una poción de pudding. Me dice que estoy empapado, qué donde he aparcado el coche. Le digo, aprovechando que me estoy sentando y mirando hacia abajo, que he venido en tren porque le hacía falta el coche a Z. Ella me dice que no era necesario que viniese hoy, en ese caso, pero yo le digo que estaré ocupado el resto de la semana, y que no me importa coger el tren. Me tomo el café con el pudding, pesado y macizo como adobe, mientras ellas siguen hablando de lo suyo, bajando un tono el volumen y la agudez en honor del invitado, pero sin molestarse en incluirme en la conversación. Por mí perfecto. Le digo a mi hermana que voy a echarle un vistazo al ordenador, y ella asiente sin dejar de hablar.
El pasillo y la habitación de invitados están llenos de fotos de mi hermana y Begoña en distintos hoteles, parques temáticos plastificados en el tercer mundo a modo de reductos de semilujo del primer mundo. Todos parecen el mismo, con la misma decoración, los mismos empleados con los mismos uniformes, el mismo sol, las mismas palmeras, la misma arena blanca, las mismas sonrisas. Enciendo el ordenador y como fondo de pantalla tiene otra foto de mi hermana y Begoña sonriendo con pareo sentadas en una tumbona en una playa privada. Entro en el panel de control, en el Dispositivos de sonido y audio, en propiedades avanzadas, y quito la opción de silencio. Pruebo a reproducir la música que viene de ejemplo y, después de encender los altavoces, se oye. Ni me molestaré en explicarle a mi hermana lo que he hecho porque sé que se le olvidará a los pocos minutos. Los cerebros no están capacitados para asimilarlo todo. Por ejemplo, yo soy incapaz de interiorizar la diferencia entre un diptongo y un hiato, a pesar de que lo entiendo perfectamente cuando alguien me lo explica. Apago el ordenador y voy hasta el baño a buscar tranquilizantes, la verdadera razón por la que he venido hasta aquí. [Continuará]
Las oigo hablando en un galimatías de polisílabos sobreponiéndose que se cortan en seco en cuanto entro en la cocina. Me reciben con una cara de mayonesa cortada. Me dan ganas de gritar que he venido expresamente para hacerle un favor, pero me limito a saludar con una sonrisa forzada y a darle dos besos a Begoña. Mi hermana me ofrece un café y me corta una poción de pudding. Me dice que estoy empapado, qué donde he aparcado el coche. Le digo, aprovechando que me estoy sentando y mirando hacia abajo, que he venido en tren porque le hacía falta el coche a Z. Ella me dice que no era necesario que viniese hoy, en ese caso, pero yo le digo que estaré ocupado el resto de la semana, y que no me importa coger el tren. Me tomo el café con el pudding, pesado y macizo como adobe, mientras ellas siguen hablando de lo suyo, bajando un tono el volumen y la agudez en honor del invitado, pero sin molestarse en incluirme en la conversación. Por mí perfecto. Le digo a mi hermana que voy a echarle un vistazo al ordenador, y ella asiente sin dejar de hablar.
El pasillo y la habitación de invitados están llenos de fotos de mi hermana y Begoña en distintos hoteles, parques temáticos plastificados en el tercer mundo a modo de reductos de semilujo del primer mundo. Todos parecen el mismo, con la misma decoración, los mismos empleados con los mismos uniformes, el mismo sol, las mismas palmeras, la misma arena blanca, las mismas sonrisas. Enciendo el ordenador y como fondo de pantalla tiene otra foto de mi hermana y Begoña sonriendo con pareo sentadas en una tumbona en una playa privada. Entro en el panel de control, en el Dispositivos de sonido y audio, en propiedades avanzadas, y quito la opción de silencio. Pruebo a reproducir la música que viene de ejemplo y, después de encender los altavoces, se oye. Ni me molestaré en explicarle a mi hermana lo que he hecho porque sé que se le olvidará a los pocos minutos. Los cerebros no están capacitados para asimilarlo todo. Por ejemplo, yo soy incapaz de interiorizar la diferencia entre un diptongo y un hiato, a pesar de que lo entiendo perfectamente cuando alguien me lo explica. Apago el ordenador y voy hasta el baño a buscar tranquilizantes, la verdadera razón por la que he venido hasta aquí. [Continuará]
4 comentarios:
Genial como de costumbre... espero poder quedar en breve para tomarnos unas cañas.
Mucho curro últimamente.
Un abrazo desde el Otro Lado.
Su hermana también está enganchada a las pastillas??? menuda familia!!!
ayss.... que bien lo haces... jeje
un beso
Eso, aver si para la semana quedmos todos y nos cuentas esas cosas en las que andas ahora (de todo se entera uno :P).
A-brazos!!
Hola a todos:
Pues a ver si es verdad y quedamos de una vez. Yo estoy disponible como gata en celo con el culo en pompa, así que vosotros diréis. Gracias como siempre por los comentarios y un abrazo a los que corresponda y un besazo para el resto. T.
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