lunes, 12 de mayo de 2008

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [26]

13 de noviembre - Lo primero que hice al llegar a casa, antes incluso de vaciar el maletero, fue echar una cagada enorme. Se nota que ya me estoy habituando a esta casa, no sólo mi intestino, también mis manos: acierto con los interruptores a la primera, sin necesidad de palpar la pared en la oscuridad. Aun así, a veces, tras quedarme traspuesto en el sofá, me despierto desorientado, sin poder asimilar los ángulos y el mobiliario y las dimensiones. A veces, también, me giro en la cama y me extraña no sentir el contacto de otro cuerpo. Son segundos tontos, espaciados en días largos en los que tengo todo bajo control.
A solas no necesito disimular los pedos, y me los tiro con premeditación y alevosía. Es un placer incomparable. No digo que no haya nada mejor en el mundo, sólo que no hay nada igual: la intuición de una bola de gas desplazándose por el intestino grueso, cada vez más veloz, cada vez más cerca de la salida, y dejarlo salir, sin cortapisas morales, tal cual es. Como en un parto, sólo puedes aventurar cómo será el fruto de tus entrañas; pero una vez sale a la luz, adquiere vida propia, con su carácter y su idiosincrasia. Me ha bastado un día y medio en casa de mis padres para recordar mi técnica de pedos silenciosos, tan evolucionada que mi cuerpo parece asimilar los gases para luego exudarlos con el resto del olor corporal. Eso sólo puede conducir al dolor de barriga y a la depresión.
Hoy tiro la segunda bolsa de basura, que apesta a podrido. El contenedor está medio vacío y decido tirar la tercera. Antes de cenar me apetece hacerme un paja. Le echo un vistazo a mi archivo videográfico y elijo conscientemente a una chica lo más distinta posible de Z: morena y de pechos grandes. Pero a mitad de faena Z se inmiscuye en mi cabeza, con sus pechitos diminutos y afilados, y con el vello translúcido de su vientre, y pierdo presión y acabo mecánicamente, con una corrida ramplona e insatisfactoria.
Ceno gambas a la plancha, las favoritas de Z.

14 de noviembre - Me despierto a las doce del mediodía, cansado y aplastado por la pastilla. Si no me estuviese meando no me levantaría. En el cuarto de baño se me quita el sueño en un segundo: está lleno de moscas; unas moscas grandes, negras, que vuelan lenta y silenciosamente, siguiendo órbitas regulares. Un escalofrío me recorre la columna vertebral. Corro a ponerme el pijama y unas zapatillas, y vuelvo al cuarto de baño armado con una revista enrollada. Las moscas parecen poco inteligentes, o con el instinto de supervivencia atrofiado: vienen plácidamente hacia la revista, con un trayectoria limpia y uniforme, como pelotas de softball hacia el bate. Las mato una a una, con un desagradable chasquido. Al terminar, las barro y las cuento en el recogedor: diecisiete moscas.
Como el cuarto de baño no tiene ventanas deduzco que sólo han podido salir de un cadáver. Echo un vistazo al veneno y compruebo que el montoncito ha desaparecido. Apenas quedan un par de bolitas desperdigadas. Pero no hay ni rastro del cadáver del ratón. Vuelvo a echar un poco de veneno, por si acaso, y salgo a comprar el pan: se me han pasado las ganas de ducharme y de desayunar.
La panadería argentina está cerrada. En la puerta han pegado un cartel en el que se lee “Cerrado por defunción”. Me puedo imaginar el proceso en el que alguien lo escribió en el Word y lo imprimió y lo pegó con celo por la parte de dentro del cristal, y me entran ganas de llorar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Y a mi de abrazarte mientras lloras!

toni bascoy dijo...

Ay, que suerte la mía...
Un besito!