sábado, 10 de mayo de 2008

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [25]

[Continuación] Esto pasó hace tres días, así que me cuesta escribir sin perspectiva, como si el tiempo que ha pasado desde que leí el mensaje hasta ahora que estoy escribiendo esto no hubiese pasado. Estas semanas he intentado seguir el consejo de Damián: (casi) no he escrito sobre Z, no le he llamado por teléfono, no he hablado con ni de ella... pero lo que no he podido es dejar de pensar en ella. Todo lo que está fuera de mi cabeza es más o menos controlable, pero los pensamientos se me escapan como si tuviesen vida propia y casi no me pertenecieran. Que paradoja.
Releo mi fabulación sobre la ruptura; una simplificación para hacerlo más asumible. Pero no sé que pasó realmente. Sólo sé que un día estábamos juntos y yo sólo quería estar solo, y al día siguiente estaba solo y sólo quería estar con ella. ¿Tiene algún sentido?
He ido rebajando las horas que me pasaba pensando en ella, día a día, con un esfuerzo que me dejaba sin fuerzas por la noche, tan exhausto que ya no podía ni dormir. Y cuando dormía, la mitad de las veces soñaba con ella, con momentos felices que nunca vivimos y que me dejaban destrozado al despertar; o con el instante en que la vi salir por la puerta, alargado hasta ocupar semanas de mi vida.
Y ahora este mensaje. Llevo tres días dándole vueltas, analizándolo desde todos los ángulos. Lo he leído cientos de veces, como cerciorándome de que es real. Y hasta donde una información digital codificada pueda serlo, lo es. He pasado por todas las fases que se puedan pasar en setenta y dos horas en relación a esas dichosas tres palabras, para acabar agarrándome a una pequeñísima ilusión: ahora la ventaja la tengo yo. Y la seguiré teniendo mientras no conteste al mensaje. No sé si estoy haciendo lo correcto, probablemente no, pero es la única opción que siento que equilibra lo que me pasa por dentro con lo que parece pasar afuera.
¿Qué más? Pues metí todos los trastos en el maletero; mi madre me dio la fiambrera llena de restos de la carne del sábado y una bolsa de patatas de la aldea y nos despedimos. Mi padre estaba en la sala viendo la tele y me soltó desganadamente que tuviese cuidado con el coche. En un despiste cojo la caja de Trankimazin de la cocina. No me supone una gran carga de conciencia: estaba bastante abajo en el cajón, con lo que supongo que no lo usan habitualmente; y además están jubilados y les regalan los medicamentos.
El coche tardó diez minutos en arrancar y, más o menos, así fue el fin de semana.

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