15 de noviembre - El teléfono móvil no ha hecho que estemos más cerca, sólo que se modifique ligeramente la naturaleza de las excusas. Si mi vida fuese un libro o una película, bien podría titularse “El libro (o La película) de las excusas”. Mi regla de oro: da el menor número de explicaciones posible. La gente tiende a dar más detalles cuando miente. Así que, por norma general, me limito a esbozar excusas vagas, genéricas, estándar, y la gente, por norma general, las acepta. O parece aceptarlas, que viene a ser lo mismo. Supongo, porque no lo he corroborado, que uno tiende a aceptar las excusas de los demás aunque le huelan a chamusquina porque espera recibir la misma cortesía cuando le llegue a él el momento de mentir. Las mentiras, a fin de cuentas, son muestras refinadas de socialización. Y el móvil, retomando el hilo, ha hecho mucho más sencillo el socializar. Hoy, por ejemplo, recibo una llamada de Arturo, viejo compadre, para tomar un café. En un primer momento me coge desprevenido, a pesar de que su nombre aparece en la pantalla, y cometo el error de contestarle que de acuerdo. Hora y lugar fijados. Es un par de horas después cuando la pereza y la apatía me pueden y jugueteo con el teléfono en la mano, como si fuera un revólver cargado y percutido. Me convenzo a mi mismo de que me duele la cabeza y, en el último momento, le envío un mensaje sin recapacitar, explicándole someramente que me ha surgido un contratiempo y que mejor quedamos otro día de esta semana. Lo envío sintiendo una punzada de culpabilidad en un primer momento, pero después alivio, y pongo un disco para romper el silencio. Cuanto más me aíslo del mundo más consciente soy de todos y cada uno de los habitantes del planeta. Por ejemplo, mientras escucho el disco (Hollywood Town Hall de los Jayhawks) me pregunto cuanta gente puede estar escuchando ahora mismo este mismo disco. Las posibilidades son mínimas, supongo. De los seis mil millones de personas que habitamos el planeta, no creo que lleguemos a un millón los que nos hayamos comprado, grabado o descargado este disco. Siendo optimistas. Mis matemáticas son demasiado básicas para realizar un cálculo de probabilidades, por eso puedo fantasear con una persona que no sólo ha decidido escuchar el mismo disco que yo, sino que lo ha decidido en el mismo preciso instante que yo. Al mismo tiempo lo hemos introducido en el aparato reproductor y al mismo tiempo hemos pulsado el botón de play. Escuchamos cada nota, cada inflexión de la voz, cada silencio entre canción y canción al mismo tiempo, yo aquí, tumbado en mi sofá, y él o ella en cualquier otra parte del mundo: mientras cocina en su apartamento en Claremont, Estados Unidos; mientras conduce entre su trabajo y su casa a la afueras de Bath, Gran Bretaña; mientras limpia antes de abrir el bar en Perth, Australia; o sentado en su sofá tres casas más abajo de la mía. Por supuesto, aunque llegásemos un día a conocernos, nunca sabríamos que habíamos compartido este momento de sincronía casi milagrosa. Pero así es: en cada gesto, en cada pequeña acción, en cada simple acto de mi vida, siento que hay alguien, en alguna parte, haciendo exactamente lo mismo.
2 comentarios:
Qué pasa león!!! Me ha encantado la manera en la que has descrito las mentiras... Me sirve para darme cuenta de cosas en la situación difícil en la que me encuentro ahora mismo. Cuando mi jefe me dice cosas, con poco razonamiento, y mirando al suelo. Qué perro...
Perro y cabrón, como todos los jefes. Pero esa es otra historia... que algún día caerá por aquí. Un abrazo!
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