Ella no llega hasta tres días después. El primer día tuve que volver a dejar las llaves en el cajetín y esconderme en el cuarto de invitados. Lo oí llegar un rato después, ducharse, preparase algo en la cocina y acercarse al cuarto donde yo estaba. Apenas tuve tiempo de esconderme debajo de la cama, donde permanecí las dos horas que se pasó escribiendo en el ordenador, intentando que las tripas no me hicieran ruido. Cuando salió me acosté en la cama y dormí un par de horas, inquieto, con un sueño ligero. El día siguiente lo pasé habituándome a la casa, mientras buscaba un juego de llaves extra. Había un olor familiar que debió de advertirme de lo que pasaría después. Encontré las llaves en un cajón de la mesilla de noche. Salí a comer algo y a comprar algunas provisiones, bollería industrial en su mayoría, que metí debajo de la cama. A las ocho llegó otra vez a casa, siguiendo el mismo ritual: salió a hacer footing, se duchó al volver, se preparó algo en la cocina, y se pasó un par de horas escribiendo en el ordenador. Desde debajo de la cama eché un vistazo furtivo, pero no logré leer nada de lo que escribía.
Al día siguiente intento entrar en su disco duro, pero tiene una clave. Pruebo palabras al azar, fechas que encuentro en sus documentos, títulos de libros que hay en las estanterías, cualquier cosa que se me ocurre, pero no hay manera. La llamo por teléfono y me contesta con desdén. Le comunico como está la situación y que la espero, pero me dice que no sabe cuando podrá venir. Le digo que le dejo una copia de la llave encima del dintel de la puerta. Salgo a hacer una copia de mi llave y la dejo donde prometí. Por la noche, la misma rutina.
Al tercer día intento de nuevo acceder a su ordenador. Creo que todo se explicará cuando lo consiga. Me desespero y me paso horas con la mente en blanco, intentando recibir la clave desde sabe Dios dónde. En la pared, detrás del ordenador, hay un corcho con papeles y fotos clavadas con chinchetas. De pronto tengo una idea, y aunque me parece una locura decido comprobarla antes de descartarla. Busco una cuerda en la cocina y la uso para unir las chinchetas, como un trazo. Poco a poco se va formando una palabra: Julia. Lo introduzco como clave y accedo al disco duro. Sé que hay muchas Julias en el mundo, que no tiene que ser la mía, pero en el disco duro hay carpetas llenas de fotos del tipo mofletudo y Julia, siempre sonrientes, siempre de vacaciones. Encuentro el texto en el que ha estado trabajando: básicamente el plan que he seguido, pero desde su punto de vista. Todo este tiempo he estado siguiendo sus órdenes sin saberlo.
Una tubería se ha roto en el piso de abajo mientras estaba ensimismado leyendo, inundando el parquet y echando a perder todos los zapatos y los sofás y las alfombras. Cierro la llave de paso cuando oigo a alguien abriendo la puerta. Me escondo detrás de un pilar hasta que veo su perfil familiar y salgo. Antes incluso de saludarme me llama imbécil. ¿Qué pensaba hacer si no fuera ella?, me pregunta. Matarte, le respondo.
Al día siguiente intento entrar en su disco duro, pero tiene una clave. Pruebo palabras al azar, fechas que encuentro en sus documentos, títulos de libros que hay en las estanterías, cualquier cosa que se me ocurre, pero no hay manera. La llamo por teléfono y me contesta con desdén. Le comunico como está la situación y que la espero, pero me dice que no sabe cuando podrá venir. Le digo que le dejo una copia de la llave encima del dintel de la puerta. Salgo a hacer una copia de mi llave y la dejo donde prometí. Por la noche, la misma rutina.
Al tercer día intento de nuevo acceder a su ordenador. Creo que todo se explicará cuando lo consiga. Me desespero y me paso horas con la mente en blanco, intentando recibir la clave desde sabe Dios dónde. En la pared, detrás del ordenador, hay un corcho con papeles y fotos clavadas con chinchetas. De pronto tengo una idea, y aunque me parece una locura decido comprobarla antes de descartarla. Busco una cuerda en la cocina y la uso para unir las chinchetas, como un trazo. Poco a poco se va formando una palabra: Julia. Lo introduzco como clave y accedo al disco duro. Sé que hay muchas Julias en el mundo, que no tiene que ser la mía, pero en el disco duro hay carpetas llenas de fotos del tipo mofletudo y Julia, siempre sonrientes, siempre de vacaciones. Encuentro el texto en el que ha estado trabajando: básicamente el plan que he seguido, pero desde su punto de vista. Todo este tiempo he estado siguiendo sus órdenes sin saberlo.
Una tubería se ha roto en el piso de abajo mientras estaba ensimismado leyendo, inundando el parquet y echando a perder todos los zapatos y los sofás y las alfombras. Cierro la llave de paso cuando oigo a alguien abriendo la puerta. Me escondo detrás de un pilar hasta que veo su perfil familiar y salgo. Antes incluso de saludarme me llama imbécil. ¿Qué pensaba hacer si no fuera ella?, me pregunta. Matarte, le respondo.
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