
Aparte de la gasolina con plomo, el bueno de Midgley tuvo una segunda oportunidad para causar él solito el Apocalipsis a nivel planetario, pues también tiene el dudoso honor de haber inventado los clorofluorocarbonos (CFC), mientras trataba de encontrar un gas no tóxico, estable, no inflamable ni corrosivo. El polivalente invento se comenzó a fabricar en grandes cantidades a principios de la década de los treinta, aplicándose a multitud de útiles (aires acondicionados, pulverizadores...). No fue hasta cinco décadas después que se descubrió el poder destructor de los clorofluorocarbonos sobre la capa de ozono (un kilo de CFC aniquila unos 70.000 kilos de ozono, a parte de que una sola molécula de CFC es unas diez mil veces más eficaz intensificando el efecto invernadero que una de dióxido de carbono. Vamos, una joyita).
Esta historia, por lo menos, tiene un final feliz: el bueno de Thomas no llegó a enterarse del poder destructivo de su segundo invento, pues murió mucho antes. Tras quedarse paralítico por la polio, inventó un artilugio a base de poleas motorizadas para levantarse y girarse en la cama sin ayuda de nadie. En 1944 se quedó enredado en los cordones de la máquina y murió estrangulado. Eso se llama justicia poética.
2 comentarios:
Pues valiente cabrón... me has recordado al Oppenheimer, el inventor de la bomba H, bueno, el jefe del proyecto manhattan...
Besicos
Hola!
Me alegro de que vengas por aquí de vez en cuando. Algo que se me olvidó poner en el post es que parte de la información sobre este tipo la saqué de Una breve historia de casi todo, de Bill Bryson, un libro extraordinario que te recomiendo si no lo conoces.
Un saludo!!!
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