viernes, 18 de julio de 2008

:stars [9]


[Continuación] En este circo de los horrores, el ser más excéntrico es Orson DeFault, presidente honorífico de los preparadores físicos. Ninguna descripción puede hacerle justicia, pero vamos allá: cubre las consecuencias de una laringectomía con un pañuelo de seda, que combina con un chándal personalizado con su nombre en pedrería. Tiene los párpados con un perfil natural oscuro, lo que hace que parezca que se pinta la raya; en realidad es el resultado de un 25% de sangre tanzana (signifique lo que signifique eso). Se pasea por los barracones y las duchas esgrimiendo la boquilla de un cigarrillo en posición erecta, observando los ángulos menos favorecedores de nuestra anatomía. Me recuerda a un Eric von Stroheim gay. Me dice, con su voz mecanizada y ronca de laringectomizado, que debo de trabajar mis pectorales, que parecen tetillas y ninguna estrella tiene tetillas. Por un momento juraría que Michael Douglas ha tenido tetillas durante la mayor parte de su carrera, pero no contesto nada. Le dice a todo el mundo, siempre que encuentra la ocasión (y la encuentra más de lo que uno podría imaginar), que fue entrenador personal de Dolph Lundgren. Lo dice con los ojos húmedos de emoción, y ante mi escepticismo dice que Dolph pudo ser la mayor estrella de Hollywood, que tenía el potencial artístico y físico, pero que su carrera se resintió por pésimas elecciones. Eligio los Masters del Universo y The Punisher cuando le llegaron a ofrecer La Jungla de Cristal y Desafío Total. Es un actor prodigioso (me recomienda Viviendo del aire, una película independiente danesa donde desplega toda su sabiduría interpretativa) con un físico de atleta olímpico. Una de las mentes más dotadas del mundillo, se lamenta.
Después de ducharme me meto en cama y me tapo hasta los ojos. Me pongo la mascarilla de pintor y espero a ver qué ocurre. A los quince minutos todo el mundo se ha dormido y entran los tres tipos con los monos blancos y las máscaras de gas. Uno de ellos empuja la camilla mientras otro consulta una carpeta. Señala con la porra una de las literas y se detienen a su lado. Los otros dos tipos destapan al que duerme en la litera de abajo y lo cogen y lo tumban en la camilla, sin miramientos ni un especial cuidado. El pobre no deja de dormir mientras le ciñen con fuerza las correas. Después se van por donde han venido.
No puedo creer lo que estoy viendo. Me pellizco un testículo para comprobar que no estoy soñando, y aunque siento un latigazo en el vientre, no tengo claro que eso sea un indicativo claro de nada, salvo de que estoy muy asustado. Trato de pensar con claridad: están drogándonos de alguna forma para dormirnos. Supongo, por las máscaras de gas, que la droga está mezclada con lo que respiramos; probablemente la suelten a través del aire acondicionado. Eso explica que sólo funcione por la noche, cuando en el desierto hace más frío. También explica mi falta de insomnio: yo lo había achacado a un cansancio físico combinado con una realización personal; qué lástima. Es lo último que puedo pensar. Los párpados se me cierran y siento que me voy a quedar dormido. La máscara ha retrasado el efecto narcotizante lo justo para que conozca la verdad. [Continuará]

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