lunes, 7 de julio de 2008

:stars [7]

[Continuación] Oímos a un par de personas, como mínimo, con calzados chirriantes abriendo uno a uno los retretes. Nos miramos y veo que ella se ha quedado paralizada, bloqueada. Afortunadamente, gracias a mi experiencia como profesor sustituto en institutos públicos de guetos multiétnicos, es preciso algo más para que entre en estado de shock. Me tomo esto como un ejercicio de improvisación y le digo, casi sólo moviendo los labios, que se quede quieta y callada y que no salga del retrete por nada del mundo. Si nos pillan en flagrante coito probablemente nos echen a los dos de la academia, y no creo que yo lo pudiese soportar. Tiro de la cisterna y salgo del retrete como si tal cosa, colocándome los calzoncillos. Lo que me encuentro afuera me deja boquiabierto, a pesar de ir preparado para cualquier cosa: tres tipos de mono blanco, con mascaras antigás; uno de ellos empuja una camilla con correas mientras los otros dos van abriendo las puertas de los retretes ayudándose de unas largas y flexibles porras. Creo que mi salida también los ha desconcertado, pero como no les veo la cara sólo lo puedo suponer por sus expresiones corporales (de algo han servido las clases de mímica con Marcel Delerm). El más adelantado me pregunta que cojones hago despierto tras el toque de queda. Le contesto que me he despertado con unos dolorosos retortijones y que he tenido que venir corriendo hasta el baño. Me doy cuenta de que en ese caso no tendría sentido usar el retrete más alejado de la entrada, pero por lo demás estoy muy satisfecho con mi improvisación. Tras unos segundos de silencio que están a punto de producirme una descomposición real, el que parece llevar la voz cantante me dice, secamente, que me vuelva para la cama. Suspirando con alivio por dentro paso a su lado y vuelvo al dormitorio. Me acuesto y me tapo hasta la barbilla. Hago pantalla con la mano detrás de la oreja, tratando de aumentar mi pabellón auditivo, pero lo único que oigo son unos susurros ininteligibles entre los ronquidos y las respiraciones pesadas de mis compañeros. Después me quedo dormido y me despierto, en la misma postura, con la alarma de las seis.

Mientras nos vestimos con la ropa de deportes echo un vistazo de refilón a la litera de encima: Samantha no está, como todos los días, remoloneando en su cama hasta el último segundo. Noto como se me sube un rebufo de bilis hasta la garganta, que vuelvo a tragar dejándome un regusto agrio en la boca. Hago los ejercicios de forma mecánica, sin mi gracia habitual. Nadie parece darse cuenta. Tras la ducha nos vamos al comedor a desayunar. Aprovecho para hacer recuento: tengo una intuición. Tras dos recuentos compruebo que no me equivocaba en mi intuición: somos 39. Once candidatos han desaparecido sin dejar rastro. [Continuará]



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