miércoles, 23 de julio de 2008
:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [38]
22 de noviembre - Hoy me han llamado dos veces imbécil. Esto me pasa por salir a la calle. De ser ermitaño me gusta hasta el nombre: ermitaño. En mi libro de animales siempre me recreaba en dos páginas que llegué a desgastar: la polla de agua (por que me hacía gracia el nombre), y el cangrejo ermitaño; tenía el cuerpo como una morcilla, retorcido y desnudo, y se metía dentro de una concha abandonada y se la apropiaba y la hacía suya. Los paralelismos con mi vida son tan obvios que pasaré sobre el tema con tres puntos suspensivos...
Damián me manda un mensaje; quedamos en el bar tal, a tal hora. No faltes, escribe en mayúsculas; es decir: NO FALTES. No es Damián de los que suele desperdiciar mayúsculas, así que comprendo que es algo serio y venzo mi reticencia a salir a la calle.
Hoy es uno de esos días entre dos chaparrones, que la gente aprovecha para hacer compras voluminosas y un frus-frus de bolsas y un aire de frivolidad se respira en el ambiente. Esquivo las miradas y los bultos y decido atajar por la Alameda. En un recodo, tirado boca arriba en mitad del césped, veo a un anciano. Tiene los brazos y las piernas abiertos, como si hubiese perdido el sentido y se hubiese caído cuan largo es en donde el flato le pilló. Me acerco al viejo intentando percibir algún movimiento de respiración que le anime el pecho. Lo último que me apetece hoy es, ya no ver, sino tocar a un muerto. Pues ojalá: me detengo a un metro escaso y le grito: Señor, ¿se encuentra bien? El señor parece despertar con un espasmo; me mira con un ojo cerrado y, tras llamarme imbécil (1) me manda, literalmente, a la mierda. Me alejo de allí casi a la carrera, saltando como una gacela mientras miro de reojo a ver si hay alguien que me haya podido, a su vez, ver. Creo que estamos solos. Esto me pasa por buena persona.
Llego al bar tal antes de la hora, pero Damián ya me está esperando. Pido un descafeinado en la barra y me siento enfrente de él, que baja el periódico y me pregunta, retóricamente, si soy imbécil o qué (y 2). Como no entiendo a qué viene la pregunta no sé que responder, con lo que él se ve obligado a explicar lo obvio, quedando yo como un imbécil. Me pregunta si me han llamado ayer para ofrecerme un trabajo. Yo le digo que sí. El me pregunta si lo rechacé. Yo respondo que sí. Entonces me pregunta, otra vez retóricamente, si me sobra el dinero. Ni me da tiempo a contestar. Me explica que dio mi nombre y dirección para que me llamaran de su parte. Parece ofendido, como si hubiese perdido parte de su dignidad, de su prestigio, de su hombría, por mi culpa. Yo, tartamudeando, le explico que nadie me dijo que fuese de su parte, y que además era un trabajo de camarero o algo así, y como no me gusta el intrusismo laboral, nunca me he metido en ese ramo y no lo voy a hacer ahora. El me dice que no es de camarero, que es repartiendo publicidad en un congreso de gourmets. Tres días, sesenta euros al día: ciento ochenta euros. Sigue sin apetecerme, pero no encuentro las palabras para negarme con su cara de entusiasmo desbordado a dos palmos. Todo él parece un nervio óptico, movido por espasmos microscópicos y movimientos precisos que siempre lo hacen detenerse en el lugar preciso. Desde que lo conozco, prácticamente toda la vida, nunca ha trabajado más de cinco días seguidos, pero tampoco ha estado más de tres días seguidos sin trabajar. Ha ido tejiendo, con el tiempo, una red de contactos, nombres, teléfonos, direcciones, señas y contraseñas que lo mantienen constantemente activo, y la mayoría del tiempo cotizando. Cuando nos vamos se demora lo justo para que pague yo, pero se apresura a guardarse el ticket en el bolsillo. Lo descontará en uno de sus tejemanejes. No puedo enfadarme: su contabilidad supone un esfuerzo tan grande y una concentración tan constante, que sólo puedo apiadarme de él.
Por la tarde tengo que llamar a cierto número y decir que llamo de parte de Damián. Me citan para el jueves para una reunión previa. El trabajo será de viernes a domingo. Yuju. Por lo demás, me tomo una pastilla para dormir. Me queda una. Juraría que el techo está cada vez más bajo.
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3 comentarios:
"tenía el cuerpo como una morcilla, retorcido y desnudo"
Joer, esto me recuerda a alguien... Bueno, éste suele ir vestido, pero es de lo más retorcido que conozco...
Muy bueno este 22 de Noviembre, de lo que más me ha gustado ;-)
Un abrazo!
Siempre tan bueno. Siempre tan... tú.
Un saludo, Imbécil... lo digo para llegar al 3. Ya fuera bromas, sólo me queda sazonar a salazar o ensalzar tu obra.
Evidentemente me quedo con la segunda opción.
A ver si quedamos para tomar unas cañas en breve. Un abrazo.
Muchas gracias, caballeros, por sus comentarios y alagos. No sé que esperan conseguir de mí con ellos, salvo verme llorar como un niño. Enhorabuena, lo han conseguido... Un abrazo para ambos!
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