miércoles, 9 de julio de 2008
:bozo azul [1 de 2]
-No te preocupes, en serio- dijo Mario ya desde el cuarto de baño.
En realidad el vino se le había vertido más a causa de sus nervios que por culpa de la torpeza de ella. No podía evitar estar frenético. Después de más de un año de cafés matutinos como amigos, por fin había logrado que lo invitase a su casa a cenar. Si esto fuera una película, podría hablarse de una cita. Ella le recibió con dos besos que le rozaron las comisuras de los labios, haciéndole sentir el cosquilleo de su bozo en la cara recién afeitada, y otro cosquilleo en el estómago que consideró el indicativo de un buen presagio. Era Mario el tipo de persona que tiende a confundir las causas con los efectos.
Ella no se había esmerado mucho con la cena: un par de cuencos con patatas fritas y bolitas de queso, una tortilla precocinada de microondas y unos sándwiches de fiambre con pan de molde. Le había advertido que era un desastre en la cocina, que su especialidad, si tenía una, eran los postres. No advirtió Mario un doble sentido en esta afirmación, a pesar de tener el detector funcionando al máximo. Echó un vistazo a la cocina, impoluta y virginal. El único rastro de actividad culinaria era un plato de comida para gatos en un rincón.
Mario posó el sándwich todavía sin empezar en el borde de la pileta y mojó la punta de una toalla para frotarse la mancha de vino, que comenzó a extenderse por el pantalón. Empapó la esquina de la toalla con jabón líquido para las manos y continuó frotando. Ella llamó a la puerta y le preguntó si todo iba bien.
-Sí, sí, ya está saliendo. Tranquila.- Era una verdad a medias. Efectivamente, la mancha parecía que se estaba aclarando, pero una vez que le pasó un agua por encima vio que había sido un espejismo: sólo era la espuma del jabón cubriendo la mancha.
Ella le había atraído desde el primer momento en que la vio. Resultaba su ideal estético punto por punto: cabello de un negro azulado, piel olivácea, hirsuta, uniceja, plana, estrecha de caderas y ojos negros donde era imposible distinguir el iris de la pupila. Le miraba la rabadilla peluda cada vez que se agachaba y se ponía enfermo imaginando el interior de sus muslos como una cascada de vello suave y oloroso descendiendo plácidamente hasta sus pantorrillas peludas. En un árido mundo de depilación láser, ella era un oasis en el que dejarse acariciar. Lo peor era que en cuanto la fue conociendo, descubrió que no sólo le atraía su físico: era espontanea, sincera, cariñosa, optimista, ingeniosa; era además una amiga preocupada y detallista. Y Mario sufría con cada café porque sólo podía pensar en follársela mientras ella hablaba y hablaba y hablaba.
Mario se rindió a la evidencia y se secó las manos, cuando comprobó que un chorro de jabón líquido se había derramado sobre el sándwich. Arrancó el trozo mojado y los aledaños, por precaución, y lo dejó caer por el desagüe. Abrió el grifo para que el agua se llevara el trozo de sándwich, pero el agua se negó a bajar con un estertor gutural, casi humano. Mario miró el agujero oscuro del desagüe y vio que el pan se había hinchado y había formado un tapón en mitad de la tubería. Metió un dedo con un poco de aprehensión y hurgó en la masa de pan hasta desmigajarla. Abrió de nuevo el grifo, pero el agua seguía sin bajar por la tubería, formando un charco en la pileta. Pedazos de pan deshecho y pelos comenzaron a salir y a flotar en un agua cada vez más turbia. Mario cerró el grifo temiendo que el agua desbordase y buscó por todas partes algo para desatascar la tubería. Ella volvió a llamar a la puerta.
-Un segundo, un segundo…- dijo Mario con el tono más despreocupado que pudo simular. Encontró un pequeño desatascador detrás del retrete, al lado de la escobilla y se lanzó con él al lavabo, bombeando a buen ritmo. Al poco se oyó algo dentro de la tubería, al fondo, más allá del recodo. Algo que se despegaba de las paredes con un sonido blando, cárnico y de ventosa. Fuese lo que fuese lo que se había movido dentro del desagüe, seguía serpenteando de forma sonora hacia la salida, primero descendiendo hasta el recodo, y después ascendiendo, acercándose poco a poco a la desembocadura. Mario apartó el desatascador y vio como el agua desaparecía tubería abajo y era sustituida por un líquido rojizo y de olor almizclado, que comenzó a brotar del desagüe a oleadas sincopadas y perezosas. Hasta que algo las detuvo. Algo que parecía más grande que la propia cañería. Algo que se quedó atravesado en la boca del desagüe, cuestionando la resistencia nerviosa de Mario y la mayoría de las leyes físicas. [Continuará]
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2 comentarios:
Joder...que bueno
Me encanta tu ritmo de narración.
Dejar a medias es un gran reto..lo has conseguido
Esperando el 2...
Un beso rojo
Hola, rojita:
Me alegro de que te haya gustado la primera parte... a ver que opinas de la segunda. En breve en el lugar de siempre, tranquila. Un beso (no sé de que color) y bienvenida siempre que quieras...
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