jueves, 25 de marzo de 2010

:all the wrong reasons

1. Hay muchas formas de equivocarse.
Después de tantos años comprando y leyendo cómics, uno se considera lo suficientemente experto en el tema como para saber qué llevarse a casa y qué dejar en la estantería de la tienda con apenas un vistazo.
Entre la experiencia acumulada y un gusto, si no refinado, sí al menos moldeado a base de miles de lecturas, no se suele necesitar más de unos segundos para sopesar una posible adquisición.
Una portada atractiva (por las razones que sean), un hojeo rápido primero, uno más detenido si pasa la primera criba, una lectura por encima a las solapas si no conocemos al autor, y por último: el precio.
Si pasa todas estas pruebas, se mete debajo del brazo hasta el momento de pagar, y para casa.
Qué placer dar con algo nuevo que te gusta. Es como descubrir una habitación nueva en tu casa. Encima: una habitación con ventana.
Uno de mis mayores logros sigue siendo haber descubierto la obra de Jaime Hernández. Con este señor no descubrí una habitación: abrí una puerta y descubrí un ala entera. Descubrí que mi casa era una mansión.
Esto fue hace muchos muchos años. Yo, por entonces, ya frecuentaba el quiosco Ártico (situado en la rúa do Vilar número 49. El mejor quiosco de prensa de Compostela, y el único dónde aún hoy compro de vez en cuando algún cómic, no sólo porque en los demás ya no hay, sino porque me apetece). El tomito editado por La Cúpula (no consigo recordar el título y lo tengo atesorado en casa de mis padres, así que ahora no puedo comprobarlo, pero era un cómic tipo novela gráfica, godito y pequeño, con portada en glorioso blanco y negro) llevaba varios días llamándome la atención desde la vitrina. No conocía al autor, de hecho pensaba que era un tipo español. Jaime Hernández, hasta me sonaba a catalán, no me pregunten por qué. En su tiempo también pensaba que Miguelanxo Prado era catalán, así que ya ven. El precio (995 pesetas... manda cojones que me acuerde del precio y no del título) era desorbitado para la época y para mi raquítica economía de adolescente temprano. Y aún así, me lo compré. Con un par.
¿Por qué? Pues no sabría decirles. Aunque salían chicas en la portada aquello no parecía del tipo Manara, una de mis compras habituales de aquella época (ejem). No era un cómic de superhéroes. No era aventura épica. No era álbum europeo.
No tenía ni idea de lo que era, pero como todavía era un lector inexperto tampoco resultaba tan extraño. Lo bueno del asunto es que a día de hoy sigo sin saber lo que era. O lo que es, mejor dicho.
Sólo sé que es una maravilla única, como toda la obra de Jaime Hernández.

2. La vida, sin embargo, se compensa.
No sé si hay alguna ley universal que lo explique, pero viene a ser lo de una de cal y otra de arena. Vaya, que por cada dos flores en el culo, una es un tojo.
Y aunque a un nivel cósmico sólo parezca un parpadeo, en una vida humana (en mi vida humana) los años transcurridos desde aquel feliz acontecimiento parecen situarlo en una lejana era geológica, cuando los trilobites dominaban la tierra.
Tanto tiempo ha pasado que ya no me acordaba. Y por tanto tampoco me acordaba de que faltaba su némesis oscura: el anti-hallazgo. El bluf. La gran cagada.
Pues sí, hay muchas formas de equivocarse, hay muchas razones incorrectas para hacer cualquier cosa. Para comprar un cómic también.
Veo en una estantería el número uno de El Llanero Solitario. No sé si tengo el día tonto, o si tengo prisa, o si me siento más listo de lo habitual o más rico de lo que soy; pero veo el nombre de John Cassaday en la portada, un tipo que, cuando le dejan tiempo para dibujar con calma me suele gustar bastante; veo que es un cómic del oeste y me viene a la mente Blueberry y Comanche y todas las horas de felicidad pura e incontaminada que pasé entre sus páginas (lo cual es un absurdo pauloviano como ver a Marianico el Corto y pensar en Buster Keaton, pero bueno).
Sea por lo que fuere, me compré el cómic.
Y si hay algo más absurdo que comprarse un cómic por el dibujante sin molestarse en echarle un ojo al interior, es comprar un cómic por el dibujante sin molestarse en echarle un ojo al interior y que resulte que en realidad no es el dibujante. Es el portadista.
Yo, el mayor experto mundial en cómic de mi escalera, he picado en el truco más vil, rastrero, capcioso y sucio que una editorial puede esgrimir para vender un tebeo: acreditar a la misma altura y tamaño de letra al famoso portadista junto a los nombres de los no-tan-famosos guionista y dibujante.
Comprar un cómic por su portadista, a sabiendas, debe de ser como casarse con una señora por sus tetas. Pero es que yo, encima, ni sabía que eran operadas.
(Ah, se me ha olvidado decir que el cómic es un horror, es una tortura y una tontuna llena de tópicos y lugares comunes, mal escrito y mediocremente dibujado. ¿Las portadas? Bien, gracias).
Ahora, por una parte, estoy tranquilo: mi ying ya ha encontrado a su yang.
Por otra parte, me intranquiliza comprobar que la experiencia no hace más difícil el equivocarse. De hecho, sólo hace que las equivocaciones sean más dolorosas.
P.D.: aunque nunca me deshago de un cómic (mientras en casa de mis padres quepa una caja más), con este he decidido hacer una excepción. En el colegio de la Profesora Espantajera han hecho un mercadillo para recaudar dinero para Haití y lo he donado. Si alguien se gasta un eurillo en él daré la experiencia por positiva. Aunque me da un poco de miedo introducir esta pequeña cuña de mal karma en una acción tan loable. ¿Me acabará pasando factura?
P.D.2: titulo este post como una canción de Tom Petty, y les dejo con otra, que no tiene nada que ver con todo esto, pero me apetecía escucharla.
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2 comentarios:

Jeune Albert dijo...

La capacidad de Jaime Hernández para hacer cómics es asombrosa. Siempre que veo sus dibujos me quedo extasiado y me alucina cómo con una simple línea o un pequeño trazo se puede conseguir tanto. Pero es que además sabe narrar grandes historias.

toni bascoy dijo...

Y encima, con los años no ha hecho más que mejorar y mejorar, depurando su estilo hasta llegar a unas cotas de pureza en la que sólo queda lo esencial. Su Educación de Hopy Glass es simplemente perfecta, no sobra ni un solo trazo, ni una sola viñeta. Además es cómic tan puro que sería imposible trasladarlo a otro medio, porque se compone sólo de ritmo, de tempo. Es de una sutileza y de una elegancia que dan ganas de quedarse a vivir en sus páginas. Bueno, que te voy a contar, Jeune, que tú no sepas.
Afortunados somos los que conocemos a este titán.
Un saludo.