miércoles, 1 de octubre de 2008

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [46]

Pero quizás siempre ha sido la misma canción con distintos arreglos. Desde el principio, una y otra vez, siempre la misma.
A continuación, una lista de lo que recuerdo esta tarde. Intento que guarden un orden cronológico pero es complicado, ya que la escritura sólo va en una dirección y la memoria en todas. Pero podría ser así:
La primera vez que la vi sólo éramos unos niños; ella se bajó del autobús, cerca de la playa, y yo seguí en el autobús aunque desearía haberme bajado. Recuerdo: su cabellera oscura y ondulada, su piel bronceada y sus ojos verdes. La recuerdo porque desde ese instante la busco en todas las demás, y todas me recuerdan a ella porque son ella y no son ella al mismo tiempo. Aunque hubiese tenido la oportunidad de decirle algo en ese instante, nunca le habría dicho que me había enamorado porque ni yo mismo me di cuenta hasta varios años después. Todavía era lento de reflejos.
Después fuimos compañeros de clase, y aunque no eran la misma persona, con el tiempo acabaron por compartir rasgos en mi memoria. La visión original fue tan fugaz que no podía sustentar por si sola toda una cosmogonía. Así que su primer satélite llegó empezado el curso y se fue cuando aún no había terminado. Me la imaginaba con una vida compleja y sofisticada, pues yo siempre había ido al mismo colegio y siempre había vivido en la misma casa. Se llamaba Carolina y era tan guapa que sólo podía mirarla de reojo.
Jugando al escondite, era la prima de alguien que vino a pasar unos días. No sé cómo logré estar en su mismo equipo, y nos escondimos detrás de un seto y le miro los huesos de las rodillas y el vello translúcido de los muslos y nos miramos a los ojos y nos reímos nerviosos porque oímos a los otros acercarse buscándonos.
En el instituto tenía los ojos azules y siempre estaba sonriendo. Un día se pone a llorar en clase y sale corriendo del aula. Todos se miran perplejos y especulan; menos yo, que quisiera consolarla sin importar lo que le pase.
Luego era morena y tenía el pelo largo y liso y un mohín perpetuo alrededor de los labios. Tenía los ojos negros y grandes y me fijo en ella por primera vez en una visita guiada. No puedo entender dónde había estado hasta ese momento. Paso todas las clases de ese trimestre ignorándola concienzudamente, mientras el resto del tiempo planeo cómo decirle que la quiero tanto que me duele sin asustarla, pero no se me ocurre cómo.
En la cafetería de la facultad se llama Olga. Ahora es rubia y tiene los ojos claros y los pechos pequeños como mandarinas que entreveo cada vez que se inclina. Siento que si pudiese verle los pezones tendría el valor para decirle lo que siento por ella, pero nunca se los vi. Sí la vi un día besándose con un chico. Memorizo sus rasgos porque en mis fantasías necesito más referencias para odiar que para amar: un rostro lleno de tics, con los músculos de la cara duros como el bronce. No entiendo cómo alguien puede besar algo así. Recuerdo su nariz respingona y el dibujo de su nuca cuando llevaba cola de caballo.
Una de mis compañeras en mi primer trabajo. Gafas redondas y cara pecosa, me muestro receloso porque siempre lleva pantalones y temo que tenga las piernas feas. Pero en una cena de grupo se pone un vestido y tiene unas piernas bonitas y se sienta a mi lado aunque la mesa está medio vacía y se ríe de mis chistes. Finalizo el contrato y sólo la vuelvo a ver una vez, en un centro comercial, del brazo de un chico. Simulamos que no nos vemos.
Delante del cine, mirando una marquesina. Un pequeño vestido verde, el pelo negro y corto, botas militares. La miro de reojo mientras simulo interés por la cartelera. Juraría que es francesa, aunque no la oigo decir ni una sola palabra. Se va calle abajo, con paso de turista, y yo sufro con cada paso y no sé qué hacer, así que doy vueltas sobre mí mismo como un animal.
Esperando con un perro en un portal, mientras alguien le habla por el telefonillo. Lleva unos pantalones cortos blancos.
En el coche de al lado en un paso de peatones. Habla por el manos libres; parece a punto de llorar.
A contraluz en la terraza de una discoteca. Me digo que nunca me enamoraría de alguien que se maquilla con purpurina, pero me paso medio verano pensando en ella.
Viendo La Gran Ilusión en el cine, ella se sienta a mi lado, con la luz ya apagada. Dejo mi brazo deliberadamente en el apoyabrazos, pero ella ni lo roza. Sin verla siquiera ya me he enamorado de ella: por su volumen en la penumbra y por haber elegido ver esa película en vez de hacer cualquier otra cosa. Cuando acaba la película pestañeamos adaptándonos a la luz y nos sonreímos, todavía maravillados, como si nos acabásemos de despertar después de haber pasado la noche juntos. Busco su referencia en la sección “Te vi” de los periódicos en los siguientes meses, pero acabo por desistir. [Continuará]

3 comentarios:

Cachi dijo...

¡¡Impresionante!! No he conseguido cambiar el tamaño de letra para ponerlo más grande...
Es uno de los mejores "capítulos", increíble la descripción de cada uno de los encuentros, así como el tema de los pezones. Impresionante (no me refiero a los pezones, yo tampoco se los ví...).

Anónimo dijo...

más!

Cachi dijo...

¡¡¡¡¡¡¡Impresionante!!!!!!!

Lo siento, lo he vuelto a leer... Este fragmento creo que es mi preferido. Espero que no te importe, pero he copiado y pegado un fragmento en mi blog. Por supuesto antes he pagado autores...