viernes, 24 de octubre de 2008

:geometría

Inauguramos con este texto el apartado de relatos a la carta. El autor, su seguro servidor de ustedes, se compromete a escribir un cuentito a partir de una frase iniciadora que cualquiera tenga a bien sugerirle. Para esta primera entrega, la frase (en mayúsculas) ha sido remitida por Pilar R.F., de Pontevedra. Ahí va:
SUPE QUE LLOVÍA PORQUE AL LEVANTAR LA VISTA VI A UN HOMBRE QUE LLEVABA UN PARAGUAS ABIERTO. Me quedé así un rato, mirando la calle, descansando los ojos: Doña Teresa decía que hay que descansar la vista cuando se está frente al ordenador, mirar a lo lejos, fijar la vista, enfocar. No recuerdo el porcentaje de tiempo que hay que hacer esto por cada hora de ordenador, pero seguro que son cifras exactas, como las cantidades de las recetas de cocina que nos empeñamos en convertir en aproximaciones, negándonos a claudicar frente al imperativo matemático que lo estructura y lo rige todo.
La calle se llena de manchas oscuras y pronto brilla mojada por una lluvia que todavía no veo. La vecina de arriba se da otro paseo con los zapatos de tacón. Como nuestros pisos tienen la misma estructura puedo coreografiar sus movimientos con facilidad siguiendo el traqueteo de sus tacones. Ahora se para justo sobre mí, frente a su ventana idéntica a la mía. En línea recta mi cabeza y sus pies no están separados más de un metro y medio. Pero raramente la vida se mueve en línea recta, sino que da rodeos como un autobús.
Gonzalo me advirtió de la vecina. Me dijo que se pasaba el día en zapatos de tacón, paseándose por el piso sin parar. Yo le dije que no me importaba, que yo sólo quería el piso para dormir, y lo que hiciesen los vecinos durante el día me traía sin cuidado. Eso fue antes del accidente, claro.
La vecina se pone otra vez en marcha: se va al cuarto de baño; oigo como cierra la puerta, a pesar de que vive sola, y como se sienta en la taza. Tardé meses en identificarla en el rellano por la descripción de Gonzalo. Yo no paraba mucho en casa y ella no sale mucho. Sólo a por el correo y a por el pan, al supermercado dos veces por semana, al cine una o dos veces al mes con su hermana. Las oigo hablando y riéndose cuando vuelven de ver una película. Tiene una voz alegre, cantarina, ligeramente desafinada. Sé que le gusta Clint Eastwood, o al menos sus películas. Oigo como tira de la cadena y yo vuelvo a concentrarme en la película.
Al rato, de reojo, veo como vuelve a pasar alguien por la calle. Han encendido las farolas y la lluvia arrecia a contraluz. Juraría que es el mismo hombre de antes, juraría que busca algo, o espera a alguien. Mira las fachadas de enfrente, mira mi fachada. No creo que pueda verme aquí, con la luz apagada y la cortina corrida, pero instintivamente me encojo y me aparto de la ventana. Ya he perdido el hilo de la película y me rindo a la evidencia de que he desperdiciado cuarenta minutos de mi vida intentando sacar algo en limpio. Pero mejor eso que perder una hora y media. Saco el cd del ordenador y meto otro, uno cualquiera, el primero de la tarrina. El cd da vueltas dentro del ordenador mientras el hombre se pone otra vez en marcha y desaparece calle arriba.
Gonzalo me ha dejado seis tarrinas de 25 cd’s con películas hace tres semanas y no se ha vuelto a pasar por el piso. Me llamaba de vez en cuando, al principio, y me preguntaba qué tal las películas y yo le contaba qué tal la espalda. Desde entonces sólo veo a Viorica, mi fisioterapeuta, que viene todos los días una hora y media, de cinco a seis y media. Anteayer me dijo que se notaba una mejoría en mi espalda y que pronto podríamos pasar a una sesión cada dos días. Lo dijo para animarme, pero casi me echo a llorar.
Hoy, mientras me ayudaba a ponerme el arnés, me pregunta qué tal estoy. La miro a los ojos sin saber que contestar porque no sé en qué nivel de profundidad está interesada. Le respondo que me han salido sabañones, quizás por estar todo el día sentado. Ella no sabe a qué me refiero y le enseño los pies: sabañones, le digo. Me pregunta si tengo cebollas y le digo que alguna habrá en la cocina. Vuelve al rato con un plato hondo con una cebolla cortada en rodajas y me la frota por los pies. Eso debería calmarme. Me dice que hay algo que huele mal en la cocina, como a carne estropeada. Le digo que llevo tres semanas sin agacharme, así que es posible que haya algo podrido bajo algún mueble y no me haya enterado. Tengo olfato de fumador, y pulmones de fumador y dientes de fumador, a pesar de no haber fumado nunca en la vida.
La vecina se ha pasado un momento por la ventana, ha descorrido las cortinas, las ha vuelto a correr y se ha marchado a la cocina a hacer la cena. Al rato ha vuelto el hombre y se ha parado de nuevo ahí enfrente y me lo he vuelto a quedar mirando, formando él y yo, sin él saberlo, una línea recta, un segmento. Por unos segundos no hemos coincidido con la vecina, por unos segundos no hemos formado un triángulo isósceles con el que romper el plano en el que habitamos todos, atrapados, desde que existe la cámara fotográfica. Seguimos tres ritmos distintos, tres órbitas que raramente coinciden, que raramente se eclipsan.
Yo, por mi parte, intento con todos los medios a mi disposición romper el tempo metronómico que pauta mis movimientos, actuando sincopadamente, con acciones y reacciones impredecibles hasta para mí: arrojo unos cubitos de hielo en el retrete y tiro de la cadena, veo la tele reflejada en el espejo, pulso el espaciador del teclado con el dedo meñique, meo a la pata coja. Sólo una vez, como actos vandálicos desordenados: actúo y echo a correr.
Cuando el hombre en la calle cierra el paraguas y sigue su recorrido, oigo a mi vecina acercándose al dormitorio y cerrando la persiana: esta noche ya no podrá ser. Quizás mañana tengamos más suerte.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lois dijo...: Saludos, camarada
Toni. Un relato verdaderamente jovial y entusiasta. Aunque,no se por qué, resulta reconfortante.
Si usted me permite, tomaré su ofrecimiento como petición y teclearé una frasecilla para que, con su exquisita palabrería, nos regale un nuevo y sabroso relato.
Y el texto comienza así: "Cuando cumplí los trece años, mi tío Ladislav me regaló, pese a la ferrea oposición de mis padres, su rifle Mosin Nagant"
Un abrazo Carmele.

Lilith dijo...

Tu espacio es también interesante! Saludos desde el límite...