En mi casa el orden y la limpieza brillan por su ausencia. Estoy convencido, tras años de prueba, de que cierto grado de caos hace más cálido y confortable una espacio, de que el polvo y los ángulos descuadrados son los que convierten una casa en un hogar. Sin embargo, en las casas de los demás eso mismo me pone nervioso al nivel en que sólo lo hace la cafeína: me sudan las palmas de las manos y mis pupilas se contraen hasta que mi vista parece un láser que disecciona y saja todo lo accesorio. Así que me pongo, a las cinco de la mañana, a lavar las dos pilas de cacharros que se amontonan en el fregadero, tratando, además, de no hacer demasiado ruido. Alguna roña está dura y pegada como cemento que llevase semanas resecándose sobre los platos. Pide agua caliente, por lo que intento encender el calentador, un aparato viejo, pesado y romo como una bomba nuclear soviética. De una cuerda cuelga un mechero, que imagino debe de tener su papel en algún punto del proceso de encendido, pero me pierdo entre roscas, botones y válvulas. Sigo lavando con agua fría y espuma del fondo de la botella de Fairy.
Cuando acabo tengo las manos resecas y con la piel tirante; necesito lavármelas. Me voy al baño y encuentro un jabón hidratante. Huele como Rafaela por la mañana, no como después de trabajar diez horas de pie y de haberse bebido dos litros de vino tinto. Recreo pasajes del polvo mientras me enjabono las manos; el resultado es previsible: me pongo cachondo. Como no tengo que reservarme para el polvo matutino decido cascármela. Antes paso el cerrojo, ya me ha llegado por hoy de apariciones sorpresa. No puedo decir que sea una paja deslumbrante. Tampoco es una paja sucedáneo; es una paja rutinaria, una paja pasatiempo. Como siempre, Z se inmiscuye en mis fantasías: a veces íntegra, a veces fragmentada, un ángulo, un olor, un pliegue, una teta. Se mezcla y se diluye en Rafaela, más presente aunque sólo sea por la proximidad espacio-temporal. Me doy cuenta de que no tengo el menor interés en volver a acostarme con Rafaela, que prefiero pajearme con su recuerdo a acumular recuerdos nuevos. Como si mi glándula seminal lo comprendiese, la corrida resultante es escasa y sin brío. Limpio un par de gotas de la taza y tiro de la cadena.
Después de volver a lavarme las manos me recuesto en el sofá del salón, viejo y lleno de bultos y de tablas que se me clavan por todas partes y que mandan al traste mi plan de conciliar el sueño. Enciendo la tele. Cuarenta canales de estática para elegir, por cortesía del temporal que ha debido de mandar la antena al carajo. Bajo el volumen y me quedo un rato viendo la nieve en la pantalla, y después el salón iluminado por la pantalla, con las sombras temblando por las paredes y por el techo. Es un piso viejo, sólo un piso de estudiantes en su superficie, en su desorden y en las pilas de revistas para chicas por toda la mesa, y en la tarrina de dvds vírgenes, y en el aparato para fundir la cera depilatoria. Pero sigue oliendo a piso de anciano, y las paredes están encaladas y el techo es absurdamente alto. Si pudiesen vender este piso por metros cúbicos en vez de por metros cuadrados se harían de oro. Cabe otro salón encima de éste de paredes llenas de cuadros y espejos sólo hasta la mitad. Cabe otro piso encima de éste, un piso idéntico pero de paredes desnudas y frías. Un piso vacío y silencioso.
Tengo un cuaderno titulado “Cosas que debería saber” en el que apunto datos que me gustaría recordar pero que sólo recuerdo cuando hojeo el cuaderno. Por ejemplo, el texto latino de la navaja de Occan (Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem), o que la parte de dentro de los codos se llama sangradura de los brazos y la parte posterior de la rodilla hueco poplíteo, o que la gorra de cazador de Sherlock Holmes es un invento del ilustrador Sydney Paget y no de Conan Doyle, o que el 1% de la estática de los canales vacíos en la televisión son residuos del Big Bang captados por la antena. Vale, de esto último sí que suelo acordarme, aunque no el porcentaje exacto, que suelo exagerar. De todas formas nadie me cree y no tengo los conocimientos científicos necesarios para convencerlos. La cuestión es que esta vez me quedo absorto con la lluvia del televisor mientras oigo la lluvia real de afuera, intentando discernir ese 1% relevante del 99% vulgar, mientras espero un Big Bang particular que ponga mi vida en movimiento. Pienso en dormir y en despertarme al lado de Rafaela, aunque ya no es Rafaela, sino Z (bueno, con algún rasgo robado a Trini, pero básicamente es Z), y me la quedo mirando mientras se despereza: debe de ser fin de semana porque se lo toma con calma, sacándose las legañas y la mierdecilla de las comisuras de los labios, respira profundamente y sólo entonces enfoca sus ojos y ve que la estoy mirando. Y pensando en despertarme a su lado me quedo dormido por primera vez en nosecuantos días.
El despertar no fue especialmente placentero: Rafaela gritándome como una energúmena en la cara.
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5 comentarios:
"...mientras espero un Big Bang particular que ponga mi vida en movimiento..." ojalá llegue el prox 29..
Ya verás como sí...
Compañero, me han recomendado esta pelicula, me han dicho que esta un poco en la linea de "Primer" pero de estilo cyberpunk, y es húngara, para más datos...la conocias?
http://www.abandomoviez.net/db/pelicula.php?film=2424
Ey, no lo conocía, pero tiene muy buena pinta. Ya me la estoy bajan...ejem... comprando. Nos vemos!!
Al final resulta que no es húngara si no USA, pero bueno, "Primer" también lo era...he leído por ahí que es durilla de entender, que si no es por la sinopsis...nada de nada...como "Primer" supongo...habrá que verla...jejeje...por cierto, lea usted esta noticia entera y ya me contará...¿le suena?
http://www.culturagalega.org/noticia.php?id=14775
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