miércoles, 17 de septiembre de 2008

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [44]


Cuando estoy tirando los folletos en un contenedor junto a la oficina, se me acerca Damián y me pregunta, con una sonrisa mal contenida, si tengo algún plan para antes de comer. Le respondo que no, más como una interrogación que como otra cosa. Pues nos vamos a tomar algo con unas amigas, me dice. Las amigas en cuestión son dos de las crías con las que vamos a trabajar el fin de semana, que en ese momento salen de la oficina ojeando los folletos y planeando estrategias de abordaje.
Damián ha elegido, o al menos lo ha intentado, a las dos más jóvenes; no creo que tengan ni veinte años. Para Damián esto ya es un avance: nos alejamos ligeramente del terreno de la ilegalidad que ha insistido en transitar todos estos años. Damián justifica sus excéntricas preferencias por las adolescentes, aduciendo que a partir de los veinte, las mujeres son todo microarrugas, estrías y poros, que se convierten en seres paquidérmicos, como dinosaurios calientes. Huelen diferente, tienen un tacto diferente, un timbre de voz diferente. Para él, las mujeres son la niñas, y lo que el resto de los humanos consideramos “mujeres”, para él son un tercer sexo a medio comino de los dos conocidos. En círculos íntimos lo llamamos Damián-Damián.
Mi teoría: Damián no se comió nada ni en el instituto ni en la facultad, con lo que esos objetos de deseo (todas y cada una de sus compañeras) se quedaron enquistados en su cerebro como un ideal ético y estético. Su lívido permanece atrapada en el gimnasio del instituto. Casi me daría pena si no utilizase unas tácticas tan insultantemente insultantes para lograr sus propósitos. Por lo general ataca a sus objetivos con una verborrea pseudoculta, plagada de citas y referencias que le cubren las espaldas en caso de dar con un hueso demasiado duro de roer.
Por ejemplo, hoy nos sentamos en la terraza cubierta de un bar para poder fumar. Su mente atenta, despierta, buscando un resquicio por el que poder introducirse. Y Lucía, una de las estudiantes de derecho de flequillo, leggins, Ray-Ban en la frente y piercing en el labio, le abre esa puerta: un tipo pasa con una motocicleta trucada petardeando frenéticamente a nuestro lado, y ella le llama cavernícola (curioso insulto). Damián reacciona a la décima de segundo: dice que según los últimos estudios paleontológicos (sic.) del profesor Montgomery Brockman (todos sus nombres inventados son combinaciones de personajes de los Simpson) de Standford (todos sus sabios inventados tienen una cátedra en Standford), los hombres prehistóricos no vivían en realidad en cavernas, sino en una especie de tiendas de campaña hechas de ramas, o paja, o barro, dependiendo de la zona. La idea errónea de que vivían en cuevas viene de que en ellas, al estar a cubierto, han quedado vestigios de su paso, sobre todo en forma de pinturas. Pero colegir que vivían en esas cavernas sería como si los hombres de dentro de 50 mil años supusieran que nosotros vivíamos en los museos, sólo porque hay cuadros en las paredes. Así que no deberíamos llamarlos cavernícolas, sino algo así como tiendistas, o cabañícolas. Suelta una risa explosiva que nos contagia a todos. Ya la tiene en el bote.
Suena mi teléfono móvil. Número oculto. Contesto con cierta cautela, y al otro lado oigo una voz que tardo unos segundos en ubicar: es Benito. Por teléfono tiene voz de dentadura postiza. Parece nervioso. Me dice que han cometido una pequeña equivocación en la reunión: que no quedamos el sábado, sino el viernes. Yo ya me había dado cuenta, pero no dije nada. Tampoco le digo que estoy con Damián y dos de las chicas, así que en los siguientes minutos sus móviles van sonando y van recibiendo la corrección como si no supieran nada y nos tomamos una segunda caña a la salud de Benito. Nada une tanto como el desprecio por un jefe común.
Nos despedimos un poco achispados hasta el día siguiente. Damián, no sé como ni en qué momento, ya tiene el número de Lucía. [Continuará]

1 comentario:

Anónimo dijo...

No tengo ni puñetera idea de lo que ha sucedido en los últimos veinte episodios pero éste ha sido genial. Tiene un aire/tufo (en el buen sentido) a Houllebecq en Ampliación del Campo de Batalla que me lo hace realmente digerible, más que eso, ciertamente delicioso.

Un fuerte abrazo desde el Otro Lado.