“La envidia es el deporte nacional” ¿Ustedes también odian esta frase? Yo no la soporto.
Como yo nunca he vivido en otro país (los he visitado, pero nunca los he habitado) desconozco si en otras latitudes no se estila lo de la envidia, pero me extraña. Pero obviando esto, sigue habiendo un par de imprecisiones en la dichosa frase.
En primer lugar, la envidia no es un deporte. Sería, en todo caso, un arte menor, una artesanía, algo que uno practica de puertas adentro, que perfecciona y aprende a dominar sin un fin ulterior, como el ganchillo o la marquetería. Considerar la envidia como una competición es un oxímoron.
En segundo lugar, no tengo claro que lo que la mayoría de la gente entiende por “envidia” sea en realidad envidia; yo lo calificaría más bien de “sospecha”, “reticencia”, o quizás simplemente “sentido común”.
Vivimos en un país cuyo personaje más emblemático e internacional, Don Quijote, era un tarado, un perdedor. Eso ya dice mucho de nosotros. Vivimos en el país de la picaresca, del caradura entrañable, del pelotazo, de las oposiciones amañadas, de los concursos amañados, de los juicios amañados, del cohecho, del pelotazo, del amigismo, de la cuenta en b, de los favores devueltos. En este país entendemos perfectamente cómo funcionan las cosas, y no nos llevamos a engaño: no somos héroes, pero tampoco somos gilipollas; así que no nos traten como a tales. Sabemos qué hace falta para triunfar, y sabemos que el talento no está entre los requisitos.
¿Tienen Fernando León de Aranoa o Alejandro Amenábar más talento que Óscar Aibar o Santiago Lorenzo, por poner un ejemplo? Ni de coña. Sólo se sentaron junto a la persona indicada, como diría el Roto. Así que si digo que Princesas es un insulto a la inteligencia y una de las peores películas que ha filmado y distribuido comercialmente un ser humano, o que la filmografía de Amenábar en su conjunto es el equivalente cinematográfico a una paella congelada recalentada en el microondas, no se confundan, no son comentarios motivados por la envidia. ¿Envidia de qué?
Señores, pueden tener ustedes todos los premios que les dé la gana y más audiencia que la final del mundial; pero cuando estamos a solas en la oscuridad, ustedes y yo, su obra y yo, ahí no hay engaño posible. Ahí no hay lugar para los oropeles, el glamour y su puta madre.
¿Envidia? Lo que tenemos ejercitado hasta límites insospechados en este país es la paciencia y unas tragaderas como una boca de alcantarilla. Si no ibais apañados, pandilla de “triunfadores”.
1 comentario:
Pues fijese que yo si creo que es el "deporte" nacional, aunque se haya convertido en un lugar comun, porque la envidia es propia de las sociedades igualitaristas y comunitaristas como la nuestra.
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