Al comienzo de Fargo, la magistral película de los hermanos Coen, se nos indica que todo lo que vamos a ver a continuación está basado en hechos reales. Eso nos predispone, como espectadores, a emocionarnos con más intensidad si cabe con lo que vamos a ver. En los créditos finales, sin embargo, encontramos la fórmula habitual de que cualquier parecido entre la historia que acabamos de ver y personas y situaciones reales, es pura coincidencia. O sea, que todo ha sido una broma (otra) de los hermanísimos Coen. Entre esas dos fórmulas contradictorias, excluyentes, se desarrolla Fargo: en tierra de nadie, como todas las obras pioneras.
Ese equilibrio, ese juego entre la realidad y la ficción que es toda obra de arte, nos lo encontramos también en Velocidad Moderna, última obra (por ahora) del francés Blutch publicada en nuestro país. Casi desde la primera página un aire de ensoñación tiñe la historia: ni el tono, ni el colorido, ni la lógica del relato se nos presentan como “reales”. En la portada vemos a dos muchachas dormidas, dos muchachas que pronto conoceremos como Lola y Renée, las protagonistas. La imagen no remite a ninguna escena que luego encontraremos en el interior del tomo. ¿Es acaso una escena perdida? ¿Es acaso una explicación o una advertencia? ¿Es toda la obra el sueño conjunto de las dos jóvenes? Cerrando el paréntesis, en la contraportada, un texto nos informa de que “La historia que acaban de leer es verdadera, los acontecimientos descritos sucedieron tal cual en la vida real.” Sólo un cachondo mental como Blutch puede cerrar un álbum como el presente de esa forma.
Velocidad moderna es una obra de ficción, por si les quedaba alguna duda. Una obra de ficción que, además, nace de otras obras de ficción, del placer que siente Blutch por reescribir, por revisitar, por reinterpretar obras que le han marcado. Aquí hayamos ecos del aire malsano y enrarecido de La estrella lejana de Hergé, el placer de dibujar y contemplar figuras femeninas presentes en Barbarella o en la obra de Pichard, el surrealismo subterráneo y feroz de Buñuel…
El viaje que nos propone Blutch, aunque está cargado de humor (sin humor no se entiende el surrealismo), no resulta complaciente. A Blutch le interesa suscitar preguntas en el lector, más que ofrecer respuestas. “Las visiones surrealistas me han supuesto siempre el acceso a algo. Lo que me gusta es lo incongruente, alternar lo caliente y lo frío, hacer aparecer una faceta inesperada… Hacer un libro donde el lector no pueda imaginar lo que va a ocurrir a continuación. Aunque sé que esto puede ser abrupto para muchos lectores, que desistirán de la lectura en la primeras páginas…” Aquel que espere respuestas concretas, ocultas pero a la vista, como La carta robada de Poe, sin duda se sentirán decepcionados. No está dentro de los intereses del francés: “Cuando la historia empieza de manera misteriosa, o angustiante, cautivadora, cuando nos intriga, la resolución del misterio casi nunca funciona.” ¿Cuál es la única forma, entonces, de resolver un misterio satisfactoriamente? No resolviéndolo, manteniendo la incógnita y con ella la magia: sustituir un misterio por otro. Claro que, para que uno no se sienta estafado en este trato, o bien hay que ser un genio como Lynch, o hay que dejar muy claros las cláusulas del negocio desde el primer momento. Blutch, en ese sentido, no engaña a nadie, desde el momento en que una marabunta de monjas enanas irrumpe en un restaurante (página 17).
Magistralmente dibujado, como todo lo de Blutch, esta obra es un festín para los sentidos y para la mente, cercana en intención y resultados a esa otra maravilla titulada La voluptuosidad, aunque aquella volaba, en trazo y en argumento, más libre. Esta Velocidad moderna resulta más formalista, más pensada (es el resultado de dos años de trabajo), hay en ella una búsqueda del detalle que lo aproxima, paradójicamente, a la abstracción: “La lógica querría que el lector entendiese lo que pasa, pero para mí es menos importante. Prefiero dar toda la importancia a la atmósfera. Ése es el objetivo de Velocidad Moderna.” Y a fe mía que lo logra.
La edición de La Cúpula, correcta. Al basarse en la reedición francesa, incluye bocetos y una aclaratoria entrevista a Blutch (de la que están extraídas todas las citas de esta reseña). Muy muy recomendable.
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