Ramón Trecet, así, sin conocerlo de nada, da la impresión de ser un tipo peculiar. Que sea un periodista especializado en disciplinas tan dispares como deporte y música popular hace que sea el único (ahora que Andrés Montes ha pasado a mejor vida) que podía apodar Jordanaires a Michael Jordan y reírse, aunque nadie entendiese por qué.
Por edad no le llegué a conocerlo en su faceta de cronista y crítico pop-rock, en programas de televisión que con el tiempo han acabado por convertirse en míticos, como Musical Pop o, sobre todo, Popgrama. Con el tiempo le debió de dar una pájara y pasó de fumarse porros escuchando discos de Cream, a fliparlo con Enya y otras flojedades new age. Esto parece ser algo habitual entre los críticos rock: supongo que se cansan de los patrones rítmicos y temáticos repetitivos del pop occidental, y se lanzan a por las músicas del mundo para oxigenarse. Es el llamado Síndrome Manrique, del que no vamos a hacer chanza porque ninguno estamos libres de caer en él.
Pero no es la faceta musical de Trecet (o 13t, como se autodenomina en el mundo virtual) la que nos interesa, sino la de cronista deportivo. Concretamente, nos interesa por ser el que retransmitió el primer partido de la NBA en esta piel de toro llamada España. Bueno, el primero y los que le siguieron.
Uno, por aquel entonces (1988) era un yogurín prepúber y, lo reconozco, aquellos atletas negros me ganaron. Y también me ganó la forma de vivirlo y de narrarlo del señor Trecet. Bueno, miento: en el momento me parecía un poco cargante, siempre pisando e interrumpiendo al erudito Esteban Gómez (un dueto cómico que marcó la tendencia a seguir; sólo hay que ver a sus sucesores Montes/Daimiel) o a quien se pasase por el plató a secundarlo.
El programa, con el poético nombre de Cerca de las estrellas, fue un éxito porque tenía que serlo, porque la gente le tenía muchas ganas a la NBA; y también, claro, porque Trecet y compañía lo hacían con un profundo conocimiento de la materia y con sentido del humor.
La cadena, sin embargo, no debía de tener mucha confianza en la cosa: la ponían los sábados de madrugada en la segunda cadena, y además era como muy baratilla. Tras la cabecera a ritmo del Faith de George Michael (glups) aparecía Trecet y sus invitados en el “estudio”, en realidad un rincón de un pasillo de TVE con una mesa de cristal como de sala de espera de dentista y un póster de la NBA pegado en la pared para que aquello pareciese un programa sobre baloncesto americano y no, pongamos por caso, la sala de espera de un dentista. En la década que estuvo el programa en antena, apenas varió en concepto y en atrezzo: quizás un jugador troquelado, quizás unas cortinillas propias en vez de fusilar las del programa original americano... Era, como todos los paraísos, inmutable. Hasta que llegaron los cabrones de Canal+ y se compraron los derechos de la NBA y la codificaron sólo para la gente bien, deslumbrada por esos enormes platós blancos con pantallas gigantes de fondo y demás distracciones.
Allí se acabó mi romance con Trecet y con la NBA.
La trayectoria de los saltimbanquis norteamericanos la seguí de reojo, como el que sigue las novedades de una ex: por terceros. Pero de Ramón, ay Ramón, nunca volví a saber nada.
Nada, hasta que el otro día me vi el partido de octavos de final del Mundial de Baloncesto que enfrentaba a Croacia y a Serbia (qué pasa, cada uno hace con su tiempo libre lo que quiere), y entre el trío de comentaristas reconocí la peculiar y nasal voz de Ramón, Ramón Trecet. No había cambiado nada con los años; ahora hablaba de Ukic y de Teodosic en vez de de James Worthy y de Kevin McHale, pero era indudablemente la misma voz, la misma persona. El mismo humor socarrón e irónico, la misma forma de interrumpir a sus colegas, la misma visión clarividente del juego... y las misma idas de bola. Cuando al finalizar el encuentro, que Serbia ganó in fraganti, el comentarista principal pidió un titular para resumir el partido, Ramón se quedó callado un segundo y medio, meditando, (que raro, por cierto, que alguien se calle o medite en la televisión, y no digamos ya las dos cosas a la vez), y después soltó su perla: “Los héroes siguen despiertos.” Ahí es nada. Creo que su colega esperaba algo más del tipo “Serbia gana con oficio” o “El arbitraje define el resultado”. Pero así es Ramón, Ramón Trecet: siempre saliéndose por la tangente. Qué tío.
Actualización: me acabo de ver el extraordinario partido de cuartos de final entre Argentina y Brasil. De nuevo Trecet desatado. Dos detalles: una cita de Leonard Cohen (!), y la frase del día (porque la semana todavía es joven): (a voz en grito) Scola, si me dices que la tienes cuadrada, ¡¡¡¡te creeeeeeeeeeeeeo!!!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario