Que hablen más de uno cuando se muere que cuando estaba vivo y coleando no es extraño: morirse es la mejor campaña publicitaria que uno imaginarse pueda, ya que sales en todos los medios (diestros y siniestros, amigos y enemigos) simultáneamente (como si un meteorito se acercase amenazadoramente a la Tierra, o Almodóvar estrenase una película nueva).
Esto es una obviedad, pero uno no puede elegir el motivo por el que lo van a recordar. En este mundo de chascarrillos y banalidades elevadas a la categoría de genialidad, a uno lo acaban recordando por una boutade mediática: lo peregrino grabado se introduce en ese bucle/picadora de carne que es la televisión y adláteres y elimina todo lo demás: una imagen (tonta) vale más que mil palabras. Así, a Cela se le recuerda por chupar agua por el culo, a Arrabal por que vaticinó que el milenarismo iba a llegar, a Umbral porque venía a hablar de su libro, a Fernán Gómez por mandar a la mierda a un fulano, y a Pepe Rubianes porque le sudaba la polla la unidad de España. Por lo menos la muerte es algo objetivo e incontestable (sí, sé que Arrabal todavía está vivo, pero les aseguro que será recordado por su melopea).
Y que Pepe Rubianes se halla muerto, sí, me ha hecho recalar un ratito en su figura y que pusiese su nombre en un par de buscadores.
Aquí les dejo con la primera parte de una de sus actuaciones (para verla completa, aquí), una auténtica maravilla de más de una hora donde demuestra todas sus cualidades: una presencia escénica magnética, acentuada por una precisa dicción de escuela clásica (qué diferencia con todos esos monologuistas gafapasta que parece que tengan un calcetín en la boca), y acertada y personal gestualidad; una sana iconoclastia que no deja títere con cabeza (empezando por él mismo); una cultura que va más allá de las series que los ochenta (de nuevo, que diferencia con los gafapasta); una ironía que penetra en la llaga que más duele; un surrealismo a pequeña escala, doméstico, como de andar por casa; un antifascismo y anticlericalismo militantes. Pero por encima de todo, yo destacaría dos elementos:
1. El asombroso poder de la palabra hablada: conmueve ver como maneja al público sólo con su voz (con lo qué dice, pero también con el cómo lo dice); cómo a estas alturas de la película puede llegar a “escandalizar” (es decir, hacer que suelten risitas nerviosas) un respetable mayoritariamente “progre” y afín a la causa (véase la reacción del gallinero a la descripción que hace Rubianes de los Obispos).
2. La digresión como método y como discurso: el texto se convierte en un discurrir laberíntico por la cabeza del autor, una estructura que parece casual e improvisada, pero que se sabe meditada y estudiada. Libre, como también lo fue Pepe. Hay una identificación entre autor y obra que, unido a un perfecto dominio técnico, dan como resultado lo que, al menos yo, considero ser un artista. Pero será recordado, mayormente, por que la unidad de España le sudaba la polla. Coño, y a mí.
[Para saber por qué este post se titula así, tendrán que verse todos los vídeos. Me lo agradecerán]
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1 comentario:
Le secundo en todo lo escrito, buen amigo.
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