
Nunca he entendido por qué esa animadversión hacia Verano Azul, esa identificación de la serie de Mercero con el buenrollismo y la comedia pacata... Cuando leo referencias o críticas a este mítico serial, creo que no se están refiriendo al mismo que yo he visto. ¿Existen dos series tituladas Verano Azul y yo no me he enterado? Porque la que yo vi, reví y sufrí en mis tiernas carnes, estaba trufada de referencias desconcertantes, momentos terroríficos, detalles crípticos que la convierten en punto de inflexión en la vida de cualquier prepúber con un mínimo de sensibilidad. También es cierto que mi recuerdo se encuentra velado y deformado por el paso del tiempo; pero prefiero quedarme con esa visión primigenia e iniciática, con la escalofriante sensación de que el terror puede aparecérsenos encarnado en las formas más insospechadas... y a pleno sol. Para un servidor, una clara actualización de los mitos lovecraftianos: Nerja es nuestro Dunwitch.
A continuación, una serie de recuerdos inconexos y reflexiones a bote pronto sobre esta obra maestra del horror hispano:
Chanquete: un ser siniestro que gustaba de rodearse de niños. Con las palabras “angina de pecho” escritas en la frente, y esa respiración asfixiada, como si le hubiese entrado arena en la maquinaria, ¿a alguien le pareció raro que acabase muriendo? A mí lo que me extrañó fue que aguantase hasta el penúltimo episodio. Lo normal habría sido que Tito y Piraña se lo hubiesen encontrado sin vida en el primer capítulo, acostado en la cama de la Dorada, semidesnudo, con una media de red atada al cuello, rodeado de viejos ejemplares del Lib. Eso sí habría sido un buen comienzo.
Julia la pintora: un ser depresivo y deprimente, con ojillos de valium. Uno se la imaginaba, con su chándal Adidas rojo o en pareo, pintando payasos tristes y arlequines llorosos con mariposas al fondo. Incluso siendo un crío, uno intuía que había algo extraño en un adulto que se siente a gusto en compañía de niños. Vaya par de dos.

Pancho: atrapado en un pueblo subdesarrollado y una vida claustrofóbica de recados y vueltas del pan, como el Jimmy Stewart de Qué vello es vivir (otra cima del terror incomprendida), acabó peor que Tino de Parchís (¿o es una leyenda urbana? Por la foto diría que no).
Javi hace un stripteasse en la piscina de un amigo del padre. Cuando se quita los calzoncillos, en una escena de un homoerotismo turbador incluso para un prepúber asexual como yo, uno podía mascar la tragedia. Y como no: Manuel Gallardo, el padre de Javi, un tipo de bigote y perenne mala hostia que encarnaba ciertas tendencias y tics preconstitucionales no del todo superados, lo pilla con la pita al aire y le cruza la cara de un bofetón que nos dolió a toda una generación y que, a título personal, me impactó más y me dejó más mal cuerpo que lo del otro tipo de bigote el 23-F.
A Bea le baja la regla: un episodio enigmático y hermético como una película de Lynch, construido y argumentado en torno a un hecho esquivo e inexpugnable para un niño de 6 años. Y encima resuelto entre líneas: a Bea le pasa algo, a Bea le duele algo y no quiere jugar ni bañarse; y de pronto todo son sonrisas y miradas de comprensión y yo no entiendo qué coño ha pasado entre medias, pero Bea ya no es la misma. Ríase usted de Los ladrones de cuerpos.
Barrilete-Telerriba, un policía con obesidad mórbida persiguiendo cuesta abajo a los pequeños hijos de puta, con las carnes bamboleándose a base de adoquín, mientras el personal se parte el eje a su costa. Muy políticamente incorrecto, oigan.

Piraña: hablando de obesidad mórbida, un crío con una cara como un saco de arenas movedizas en los que se le hundían irremisiblemente los rasgos, con un serio problema glandular que le obligaba a estar permanentemente engullendo alimentos, con una especial predilección por esa generalidad llamada bocadillo, es decir, cualquier cosa dentro de un pan. Uno de los tonos de voz más desagradables y una de las imágenes más desasosegantes y abofeteables de la historia de la televisión mundial (junto con las dos bolas de sebo que salían en algún episodio de La Pandilla). Tras pegar el estirón salió como detective en chándal y gabardina, comiendo tostadas con margarina en una de las secciones más aburridas de La bola de Cristal. Carrerón.
Dessi: para cualquiera con dos dedos de frente, la belleza de la serie. Si uno se abstraía de la ortodoncia, las gafas y la trenza, podía ver que estaba claramente mucho más buena que la plana de Bea. Y encima tenía moto. En una posible subtrama en la que desarrollasen su personaje como Dios manda, uno bien podía fantasear con una relación hard con Quique (el niño invisible) y un fatal accidente con la mobilette. Ah, rebelde sin causa.
Un tipo misterioso escribe mensajes no menos misteriosos en la arena de la playa. Mercero da una lección de modernidad mostrando que los extraterrestres no son enanos plateados venidos de Ganímedes VI, sino fans de Triana con el globo subido recién llegados de Ibiza. El hecho de que el misterioso paisano luciese una frondosa barba no ayudaba mucho a sobrellevar el mal rato: siempre me han dado pavor los tipos con barba: los reyes de la baraja, Papá Pitufo, Serpico o ZZ-Top, que encarnaban mis pesadillas pop en lugar de los melifluos Thriller de Michael Jackson o el video de la telaraña de The Cure. Pero esto, ya digo, es algo personal.
El episodio del mago: el más tradicional, el más abiertamente vinculado a una estética terrorífica. Lluvia incesante, tormenta eléctrica, niños disfrazados, una mansión abandonada... y un prestidigitador venido a menos recién llegado de la dimensión desconocida. La escena del agua en la cara me hizo recelar de mi, hasta ese momento, adorada caja de Magia Borrás. ¡Cuantos futuros tamarices se perderían a causa de este episodio!
El episodio de la cueva: Ay, ay, ay... ¿el detonante de mi paralizante claustrofobia? Probablemente. Desde luego, la convicción de que no me iba a dedicar a la espeleología, centrando mi emergente carrera en la investigación criminalística y la cosmonáutica.
El episodio en el que salvan la Dorada de las fauces de los bulldozers de la especulación inmobiliaria a golpe de cumbayá, anticipando momentos de Horreur-Pop tipo Live AIDS y similares. Visionario.
Y podríamos seguir y seguir y seguir. Sólo recordar, por último, a la pléyade de secundarios (esta era una serie coral, al más puro estilo berlangiano), a cual más bizarro y descolocante: Frasco, el buzo, el poli Floro, los padres de Piraña, Epifanio el alcalde, el teen-idol Iván, Carlos Larrañaga en bragafaja y un larguísimo etc.
Lo dicho: un horror.