jueves, 27 de mayo de 2010

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [74]


6 de diciembre - Paso la noche prácticamente en vela. Tengo mucho calor, me siento febril. Me acuesto en la cama encima de la ropa (sólo me tapo el vientre con una esquina de la sábana).

Abro una rendija, fina como un dedo, en la ventana. En la habitación entra rítmicamente una corriente de aire que mece los árboles afuera y las cortinas adentro, que me recorre como un escáner y sale por la puerta de la habitación y bate una puerta abajo. Estoy tan cansado que no soy capaz ni de levantarme para cerrar la puerta del dormitorio, aunque en mi fuero interno lo que desearía es bajar y abrir de todo la puerta que se está batiendo, para que el aire pase libre sin hacer ruido. Me parece tan fuera de mi alcance como ponerme a volar agitando los brazos.

En mitad de la noche me llegan campanadas desde lejos. No sé que iglesia será; me imagino una campana enorme, colgada de un robusto andamiaje en mitad de un descampado, de una colina elevada desde la que se puede ver mi casa, pero que no puedo ver desde mi casa. Los típicos pensamientos absurdos de antes de dormir, sólo que sin dormir, con una vigilia que se extiende sin fin.

El vecino empieza a gritar. Parecen gritos inarticulados, pero escucho con más atención y puedo distinguir palabras sueltas. Insiste en algo relacionado con fresas.

Qué horror acabar así. Me pongo a llorar y las lágrimas me alivian el cansancio de los ojos.

Se me pasan las ganas de llorar pronto. No logro ser constante en nada.

Me cambio de dormitorio para alejarme de los gritos. Al pasar junto al baño cojo un poco de algodón y hago dos bolas que me meto en los oídos.

En el otro dormitorio hay un par de grados menos. La colcha huele a humedad, y las sábanas están frías. Tirito de frío y me doy por vencido por esta noche. Me cubro con la colcha y me acuesto en el sofá con la tele encendida, sin quitarme los algodones. El sonido me llega apagado, lento, como a través de millones de litros de agua. Pierdo la consciencia durante un rato.

Tengo un sueño erótico en el que aparece Z, con rasgos y detalles extraños (el pubis depilado, creo que un tatuaje en la zona baja de la espalda... una Z de un universo alternativo en que se dedicase al porno). Se sienta sobre mí y se introduce mi pene entre las piernas, y sólo con sentir su calor y su peso sobre mí noto que me corro.

Me despierto y, efectivamente, me he corrido. Con tan mala suerte que la erección me ha salido por la ventanilla de los calzoncillos y he descargado todo el semen sobre el sofá. El sofá de funda de pana.

Lo limpio frotando con detergente, después con Fairy, pero no sale. Le doy la vuelta al cojín pero por el otro lado hay un desgarrón que han cerrado con dos imperdibles. ¡Dos imperdibles! ¿Quién vivía antes aquí, Johnny Rotten? Vuelvo a girar el cojín y tomo nota mental de comprar quitamanchas.

Me asalta la idea de mis espermatozoides avanzando a través de la tela de pana, en sus últimos instantes de vida, serpenteando entre la espuma del cojín en busca de un óvulo que nunca encontrarán. Muertos en un desierto árido y estéril, con la única compañía de ácaros y dos imperdibles oxidados.

¿Por qué añoro tanto a Z? ¿Por qué echo especialmente de menos lo que antes más me irritaba de ella? Cuando se levantaba antes que yo para ir a trabajar siempre me daba un beso en la mejilla que me despertaba. Me volvía a dormir con esa humedad primero caliente en la mejilla, después fría, cada vez más ligera. Sería tan fácil secarse esa humedad con un simple movimiento de la mano; pero siempre estaba tan agotado que el hecho de sacar el brazo de debajo de la ropa parecía una epopeya.

Me cuesta ser cínico con respecto a lo que siento cuando estoy solo. La mayoría de los sentimientos me resultan ajenos, sentimientos sociales que sólo concretizas cuando estás rodeado de gente y te obligas a pensar con palabras. Me sobran todas esas palabras; aquí sólo siento desesperación y aburrimiento. A veces al mismo tiempo.

Tengo dos visitas.

Me llega el paquete de MRW. Apenas oigo el timbre con la tele y los algodones. Es una caja de madera con una muestra de tres botellas de vino. Le acompaña una nota de un tal Alejo. No sé en qué momento de la convención, ni en que estado de embriaguez, hablé con él y pactamos algún tipo de arreglo o negocio. Abro una de las botellas, reserva 2002, pero con sólo oler el contenido me entra acidez de estómago. Vierto el vino en el fregadero.

Por la tarde viene un tipo a revisar la instalación del gas. Me pilla un poco con la guardia baja. Supuestamente me han dejado hace una semana una carta anunciándome el día y hora en que se pasarían. Mientras mira algo en la cocina, detrás del fregadero, compruebo el correo atrasado encima del taquillón y, efectivamente, tengo una carta de la compañía del gas. Sólo se demora unos minutos en la inspección, me hace firmar un par de papeles y se despide hasta dentro de cinco años. A saber dónde estaré en cinco años.

El tipo ha tirado el envoltorio de plástico de un toffee en el cubo del papel. Será capullo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Lo echaba de menos... cada vez la espera es más larga!

toni bascoy dijo...

Todo lo bueno se hace esperar... y alguna cosa mal, a la vista está.

SoL dijo...

hola, me gustan mucho estos extraños escritos, tiene algo que me insta a esperarlos, nose puede ser esa obsecion del protagonista por esa tal z o ke se yo, puede que dentro de cada uno de nosotros exista una z que añoraños y deseamos ocualtamente, puede que los agujeros del sillon los arreglemos con imperdibles, por no hacer nada, ni por nosotros mismos, demasiadas conclusiones vagas pasan por mi mente... bueno siempre es un agrado leerte y por eso te envio tibios besos y abrazos de SoL de inviero.