domingo, 3 de enero de 2010

:charlie brown


Llevo unos días disfrutando como un enano de la lectura conjunta de la biografía de Charles Schulz y los recopilatorios de las tiras protagonizadas por Charlie Brown, Snoopy y sus amigos. Un universo de ficción coherente y complejo como pocos se han construido en el siglo XX, en cualquier disciplina artística.
La biografía perpetrada por David Michaelis (una delicia editada por Es Pop Ediciones) ahonda en la personalidad de Schulz para tratar de desentrañar esa maraña que es la vida de una persona, en este caso una persona que se describía a sí misma como sencilla, pero que nada más lejos de la realidad.
Cuesta imaginar que la vida de una persona que se pasó más de cincuenta años encorvado sobre una mesa de dibujo dé para una biografía de 600 páginas (llevo más de cien y Schulz todavía están en el instituto, y no es que tuviera la infancia de Guillermo el travieso precisamente); de hecho, la única forma de lograrlo es con una minuciosidad rayana en lo patológico, una búsqueda del detalle que lleva a Michaelis a establecer apasionantes relaciones entre los acontecimientos de la vida de Schulz y su obra, tiras cómicas que reflejaban, casi literalmente, casi sin maquillaje ni artificio, las frustraciones y cicatrices de su autor.
Todo ello en grupos de tres o cuatro viñetas con un chiste al final.


No sé a ustedes, pero a un servidor, esa monumental obra que es el Peanuts en su conjunto, le parece una de las piezas artísticas capitales del siglo pasado, una catedral erigida en honor a la angustia del ser humano.
En grupos de tres o cuatro viñetas con un chiste al final, repito.
Les dejo con un párrafo de la biografía de Michelis que me resultó especialmente conmovedor. Con su estilo barroco y un pelín engolado, que a veces se puede hacer pesado, describe aquí con una sensibilidad y precisión casi táctiles la visita de Sparky (apodo de infancia de Charles Schulz) a una exposición de originales de autores de cómic; un momento clave, casi epifánico, en que al joven Schulz se le revela de un vistazo el pasado (la técnica y tradición de un oficio), y el futuro: que él será un eslabón más en esa cadena; que él será dibujante de tiras cómicas profesional.
“Sparky nunca había visto antes cómo eran los originales de los profesionales. Sólo conocía su obra tal y como aparecía impresa en los periódicos, no como crudas extensiones de la mano del artista. Allí sin embargo colgaban varios cientos de estratificadas páginas cubiertas de tinta densa, más pura, negra, cálida y viva de lo que era capaz de reproducir la imprenta. (...) Alrededor de las viñetas, se sucedían instrucciones crípticas escritas con lápiz; flechas azules dispuestas para llamar la atención de los editores. Dentro de las viñetas, quedaban inesperadas muestras de denuedo: manchas accidentales, restos de pegamento y trozos de celo, tiras de papel superpuestas sobre el texto para corregir errores, letras sin borrar, marcas de registro, residuos de gouache blanco, pentimenti para disimular todo tipo de fallos y falsos comienzos... todo un mundo invisible de razonamiento y revisión plasmado en la página antes de que la reproducción mecánica redujera y estrechara las líneas. También allí destacaban los fluidos efectos del pincel, la delicada rotulación, las translúcidas aguadas, toda la teatralidad y la destreza oculta del arte de la historieta.”

3 comentarios:

Haller dijo...

Gracias a dios tenía lupa.


No sé si en el original es así, pero las letras de los bocatas parecen un tanto simétricas.

toni bascoy dijo...

Es que no le acabo de pillar el punto al scanner del demonio, sorry.
Un saludo!

Ghaller dijo...

Por esta vez te perdono, pero que no se repita.