Los días pasan así, entre toma y toma a las que uno roba momentos perdidos para comer algo o dormir un rato. No se pierde el tiempo: me graban durmiendo, un plano secuencia sin la menor relación con el cinéma vérité o con Warhol: sólo es para matar dos pájaros de un tiro. Se positiva todo lo que se rueda, y nunca se desecha ni un solo fotograma positivado: todo encuentra su lugar y su razón de ser, aunque sea a posteriori. Estamos inmersos en una explotation absoluta y continua que lo abarca todo, tiempo y espacio: el propio nombre de la productora nació a rebufo de la película de Terrence Malick, ya que la primera película de la productora (Poets and Soldiers) estaba ambientada en la guerra de Vietnam. Una jungla del sudeste asiático recreada en las colinas de Hollywood y en el desierto de Joshua Tree (?). Como Capra Jr. me explica, si Kubrick pudo hacerlo en las afueras de Londres, por qué ellos no podrían hacerlo en las afueras de Los Ángeles. No percibí ironía en sus palabras. La película es un continuum de referencias cruzadas, plasmadas con una desvergüenza que acaba por hacer cómplice al espectador. Se siente de una forma tan palpable el placer de rodar que uno no puede más que rendirse a la alocada trama. De hecho, la historia de los soldados que parecen licenciados en filología sólo cubre los 20 primeros minutos, tras los que la película se despeña por un flashback que acaba por conformar casi la totalidad del metraje, y que incluye exorcismos, viajes temporales, dos escenas lésbicas, un juicio (que se ve claramente que está rodado en un garaje), una persecución cabalgando olas sobre tablas de windsurf (con tomas generales desde la playa durante un campeonato de windsurf y primeros planos con croma y un cubo de agua), y cuatro amputaciones, una de ellas genital.
El propio Capra Jr. es una explotation de su padre: su mayor éxito como director, y el mayor éxito de la productora, es It’s a Wonderfull Death [Acertadamente titulada en nuestro país como “¡Qué bello es morir!” (N. del T.)], una película de zombies con tintes antihomofóbicos y, en el fondo, un alegato de la madurez: todos los muertos cerebrales son adolescentes; tan real que da miedo.
La productora funciona como un maelstrom, como un Big-Bang pseudo clandestino de actividad febril: en el comedor nunca coincides con más de cinco personas, pues todos los demás forman pequeños equipos repartidos por los platós y en exteriores, rodando sin parar. De hecho, si no se rueda más es porque no hay más cámaras. En las escenas de exteriores no se piden permisos de rodaje: elevaría el coste y retrasaría el ritmo de producción. Se sigue el principio de Rohmer (para qué pedir permisos de rodaje si nadie se entera de que estás rodando), pero con una planificación más propia del atraco a un banco.
Capra se acerca al rodaje de una escena en la que mi partenaire Gladis Pipe (una morenita explosiva mezcla de sangre australiana y colombiana con la que, todos coinciden, desprendo una sensualidad especial) y un servidor estamos improvisando sobre un tema conocido. Como en una sesión jazzística, el guionista nos proporciona una frase, un estribillo que nos sirve de base sobre la que realizar variaciones que, en la mayoría de los casos, nos lleva a lugares inesperados, a cadáveres exquisitos que es necesario reconstruir en las salas de montaje (a los montadores les llaman “Los Boris”, en alusión al más conocido intérprete del monstruo de Frankenstein).
Hoy interpretamos una escena postcoital en la que departimos sobre el futuro del hermano del personaje que interpreta Gladis: intuimos que está inmerso en un turbio asunto de tráfico de estupefacientes, pero no sé si soy yo el que ignora el verdadero meollo del tejemaneje, o sólo lo ignora mi personaje, o ambos. No logramos trascender la generalidad hasta que Gladis alude a un problema de tiroides de su hermano, que le proporciona una fuerza desmedida, pero también un hambre descontrolada. Veo de reojo como Keith, el guionista que nos acompaña esta tarde, sonríe satisfecho: toma nota mental para el desarrollo del argumento de la película. Quizás dé para una trilogía.
Capra Jr. me aborda en un descanso y me lleva a un aparte. Me felicita por la escena y me dice que están muy satisfechos con mi trabajo. Bloody Bar Mitzvah, con mi primer papel protagonista, se está vendiendo muy bien. Están preparando la primera superproducción (con guión terminado, con decorados construidos ex profeso, con ensayos, con catering...), y quieren contar conmigo para uno de los papeles protagonistas. Casi tengo un orgasmo (lo más parecido a una relación homosexual que he tenido en mi vida) cuando me pregunta si estoy interesado. Sí, grito, por supuesto que sí, y le abrazo y lloro de alegría y él se ríe contagiado de mi entusiasmo. La preproducción empieza la semana que viene. [Continuará]
lunes, 15 de diciembre de 2008
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1 comentario:
Muy bueno!, si señó.
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