1. Pongámonos en situación: a mediados de los 60 los músicos británicos, inspirados principalmente por el R’n’B y Rock’n’Roll norteamericanos, les devuelven la jugada a los yankees con la famosa British Invasion, una relectura de aquellos sonidos hecha en caliente y con desparpajo por jovencitos blancos y apasionados. La cosa cuajó y, paradójicamente, hizo que sus referentes se volvieran caducos, dinosaurios de una era evolutiva superada. Los peinados Príncipe Valiente, los trajes entallados y los botines de tacón cubano sustituyeron a los tupés engrasados, los jeans gastados y las botas de motorista en las preferencias de la chavalada.
Los adolescentes americanos pasan de idolatrar a los Elvis y compañía, unos vejestorios que ya encaraban la treintena, por los nuevos grupos venidos de ultramar. Importante detalle: ya no sobresalen figuras individuales, sino agrupaciones, conjuntos de amigos que logran un sonido único e intransferible debido a la propia conjunción de los elementos que confluyen en la mezcla. La falta de pericia también puede ser una marca de estilo.
Por todo el país se contagia una fiebre musical basada en el principio de “si ellos pueden, ¿por qué nosotros no?” que antecede al “Do it yourself” del Punk por diez años. De hecho, este movimiento punk avant la lettre será conocido posteriormente como Sixties Punk. La cosa dura lo justo, mayormente entre el 64 y el 66, entre la invasión británica y la psicodelia, que todo lo engulle: los grupos que no desaparecen se envuelven en pañuelos con estampados de amebas y perfume de pachuli, se dejan crecer las patillas y le brotan flores por todas partes. Pero esa es otra historia.
Lo dicho: por todos los estados se reúnen jovenzuelos con equipos e instrumentos baratos y la pericia justa para hacerlos sonar como sus ídolos británicos. Verbigracia: los Beatles, Stones, Animals, Yardbirds, Them, Kinks y demás integrantes de la primera oleada british; a los que se le unen los pocos nombres nacionales que pueden competir con ellos en creatividad y ventas, la respuesta americana: Beach Boys, Byrds y Dylan. Esta chavalada suburbana blanca de clase media se reúne en los garajes de sus padres para ensayar y, mayormente, meter mucho ruido. De ahí el segundo nombre que recibe este movimiento: música garage.
Esta pequeña revolución sonora tuvo sus clásicos y sus superventas (dentro de su liga), pero por regla general fue un movimiento de estructura horizontal. Se extendió por todo el país: en toda ciudad con un mínimo de población joven con inquietudes tuvieron su escena garagera, con grupos que, al menos en su momento, apenas trascendieron las fronteras regionales. La globalización todavía quedaba lejos, y sólo existían estos minimercados, estas escenas estatales con sus propias idiosincrasias y sonoridades. Los entendidos pueden distinguir con un par de acordes a un grupo de la escena northwest de otro de la texana o de la de Michigan o de la de Minnesota, por ejemplo.
Lo normal, se fuera de donde se fuera, era crearse un repertorio (trufado de versiones), foguearse en bailes de instituto y, con suerte, grabar una maqueta que interesara a algún productor lo suficiente como para que te grabara un single que, de nuevo con suerte, pudiese escucharse en las emisoras universitarias y de rock’n’roll locales y, en el colmo de la dicha y la fortuna, llegar a entrar en las listas. La mayoría de los grupos que lograron grabar algo y así legar su sonido prensado en vinilo para la posteridad, apenas lo hicieron con uno o dos singles, pues ni los L.P.’s se habían generalizado, ni los combos tenían repertorio como para llenar uno. Prevalecía el single, el vinilo de 45 r.p.m.
Fue, a la luz de lo dicho, un movimiento básicamente underground y endogámico. Tranquilamente pudo clausurarse y desaparecer, persistiendo sólo en los recuerdos enfebrecidos de los que lo vivieron en sus propias carnes, sino fuera por el álbum Nuggets: Original Artyfacts from the First Psychedelic Era. Este recopilatorio de garage sesentero, perpetrado por el fundador de Elektra y musicólogo Jac Holzman y el erudito guitarrista Lenny Kaye, sale a la luz en 1972, y desde entonces no deja de reeditarse periódicamente, influyendo en sonido y actitud en sucesivas generaciones de músicos (empezando por el Punk circa 76). Así, algo modesto y coyuntural se convierte, por obra y gracia de una recopilación hecha con gran criterio y mejor distribución, en fuente de inspiración para ingentes cantidades de músicos all around the world.
En 1998 Rhino reedita el disco con el añadido de otros tres de similar espíritu y calado, conformando una coqueta cajita que encierra maravillas como para perderse en ellas toda una vida. Entre estas joyas destaca una gema preciosa sin casi parangón, una obra maestra de 2 minutos y 21 segundos titulada Going All the Way, de unos tales The Squires.
2. ¿Y quienes son estos Squires? Lo que nos dice Lenny Kaye en el libreto de Nuggets es más o menos lo que nos dice la wikipedia, y que viene a ser más bien poco. Su biografía ocupa unas líneas, y podría ser la de cualquier otro de esos grupos que surgieron y desaparecieron como un parpadeo a mediados de la década prodigiosa, dejando tras de sí una o dos canciones que no pareció escuchar nadie en su momento. Y ese es precisamente el legado musical de los Squires: un single. Pero vaya single.
Los Squires se forman a mediados de los sesenta por una pandilla de amigos del instituto en su Bristol natal (el de Connecticut, no el de Gran Bretaña). Son Michael Bouyea (batería, guitarra y voces), Thomas Flanigan (guitarra solista y voces), Kurt Robinson (órgano) y John Folcik (bajo). Originalmente se hacen llamar The Rogues, y con ese nombre sacan un single en octubre de 1965, It's The Same All Over The World en la cara A, y Oh No! en la B, grabado en un estudio local y con un sonido más bien maquetero.
Deben de llamar la atención de alguien, porque en abril del 66 se les conceden unas sesiones en los estudios Capitol, New York. La idea era regrabar su primer single para darle mayor empaque sonoro, pero los chicos, aprovechando la coyuntura y el estudio profesional, graban unas cuantas canciones más. El resultado parece que le gusta a alguien de Atco Records, pero no así el nombre de la banda. Les insisten en que se lo cambien por The Squires, y ya con ese nombre graban una segunda sesión en agosto del mismo año.
Los de Atco les sacan un single con las dos mejores canciones del lote grabado en abril, Going All The Way en la cara A y Go Ahead en la B, que tiene un éxito limitadillo en su estado natal y pasa absolutamente desapercibido en el resto del país.
No sé qué es lo que esperaban los integrantes del grupo, pero supongo que la indiferencia general no entraba en sus planes. Folcik y Robinson abandonan la nave y Bouyea, el genio musical de la banda, se gradúa en la universidad y se va de vacaciones un par de años a Vietnam. El grupo, obviamente, desaparece.
Nada especial. La historia de otras mil agrupaciones. Lo que la hace diferente es la música, el extraordinario sonido que alcanzaron con ese único single.
La cara B, Go Ahead, es una canción heredera de los Byrds más dylanianos, power pop de preciosa melodía, fraseado arrastrado, armonías angelicales y Rickenbackers restallantes.
La cara A, la canción que les incrustará en la historia del rock, es una de las favoritas de los garage connoisseurs, y la favorita de un servidor de toda esa era. Desde la simplicidad, todo en ella es perfecto: la breve introducción de guitarra, el ritmo trotón y machacón de batería y bajo, el riff de la guitarra rítmica, el órgano minimalista, como la sirena de un barco perdido en la niebla; la voz frágil, quebradiza de Bouyea, tremendamente expresiva, con ese vibrato con el que termina cada frase (¿será porque tocaba la batería al mismo tiempo?), y ese grito al más puro estilo Gerry Roslie que conduce al solo de guitarra final, comparable a los mejores 13th Floor Elevators, un in crescendo de punteos que nos devuelve, sanos y salvos pero exhaustos, a tierra firme, como supervivientes de un naufragio, al arpegio de la introducción, cerrando un círculo perfecto.
Como un milagro capturado en ámbar, este sonido imposiblemente bello, absolutamente irrepetible (como todo milagro) sigue vibrando en los surcos del vinilo, real o figurado, de cualquiera que lo desee pinchar. Esta canción nunca formará parte del pasado porque siempre palpitará y aleteará viva en los oídos de todo el que quiera prestarles atención. La atención que se les negó en su momento.
El resto de su repertorio (el single de The Rogues más las dos sesiones completas grabadas en 1966) se recopilaron en 1986 en un L.P. (Going All The Way With The Squires!) que no es complicado de conseguir. Se escucha con agrado, aunque uno tenga la sensación de que todo tiene valor sólo porque está rodeando a Going All The Way, que su grandeza es por contacto y sólo un arqueólogo puede apreciarlo como lo que es: parte de un tesoro.
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