domingo, 11 de enero de 2009

:cómo ser feliz


Cuándo: altas horas de la madrugada de un momento indeterminado de ese erial conocido como “los años 90”.
Dónde: la 2 o así.
Qué: en una de esas noches de insomnio que comúnmente me visitan, no se me ocurrió mejor remedio que sumergirme en una retransmisión televisiva del festival de Jazz de San Sebastián. Paréntesis: queridos donostiarras, ¿por qué se empeñan ustedes en llamar festival de JAZZ a esta verbena? ¿Qué tiene de jazz el señor Van Morrison, que no se pierde una? Con todos mis respetos por el amojamado norirlandés, que por cierto cada año se parece más a una castaña pilonga con gafas de sol, pero lo más parecido al jazz que grabó en su carrera debe ser el Astral Weeks, y de eso ya hace casi cuarenta años en los que parece empeñado en convertir el blues y el soul en una asignatura obligatoria de geriatría. ¿Por qué no Festival de la Pachanga de San Sebastián? ¿Tienen miedo de que se les llene el gallinero de perroflautas y manuchaos fumando tabaco aromatizado y haciendo “el botellón”? Que duda cabe de que el jazz, paradojas, queda más presentable y viste mejor a la hora de las subvenciones. Pero cuando la media de edad del aforo supera los 50 años, no les quepa duda de que algo están haciendo mal; y esto se lo digo ahora y cuando tenga 50.
Otro que no se perdía un bombardeo, y ya yendo al turrón, es el bueno de Bobby McFerrin. Ustedes, y yo, lo recordarán sobre todo por ese freaky-hit que fue el Don’t Worry be happy (ignoro si ese es el título, pero ya me entienden) cargado de una ironía, quiero creer, que no fue bien entendida en su momento. Ni falta que hace. Empalagoso como un bocadillo de tocinillo de cielo, el bueno de Bobby se prodigó y dejó querer por unos medios que se arrodillaban ante sus asombrosos registros vocales, que se merendaban octavas como Espinete unas magdalenas. Que su laringe fuera asombrosa no lo pongo en duda, pero que su obra sea un soberano muermo, carne del programa de Ramón Trecet, tampoco admite discusión.

Tras unos años desaparecido del circo mediático, supongo que indagando en las raíces de la música negra y de la cultura afroamericana, volvió para círculos más reducidos y “entendidos”. La suposición de las líneas anteriores se basa en el aspecto que el bueno de Bobby presentó en su reentré donostiarra: a sus clásicas gafitas de abuela se le sumaron unas trencitas, ropa de lino con filigranas africanas y pies descalzos, signos inequívocos de una espiritualidad a flor de piel y una erudición musicológica manifiesta y palpable. El bueno de Bobby shockeó al predispuesto público con sus malabarismos vocales, sus golpeteos en la nuez y sus gorgoritos chispeantes que subían y descendían escalas como Van Halen por el mástil de su Stratocaster. A un servidor, para que les voy a engañar, todo le sonaba a la sintonía de la serie de Bill Cosby, pero siempre he tenido vocación de aguafiestas.
A lo que iba: en un momento dado, el bueno de Bobby se baja del escenario, corriendo el riesgo de pisar una botella de Heineken rota o de ser arrollado por una multitud enfervorecida (estática y un poco ausente, pero enfervorecida a su modo). En un despliegue de imaginación y generosidad artística que sólo está a la altura de titanes como Moncho Borrajo, por poner un ejemplo, el bueno de Bobby se acercó a las vallas de protección y le preguntó a un privilegiado del público cómo se llamaba, para a continuación construir una de sus complejas e imbricadas arquitecturas sonoras usando como único paramento ese solitario vocablo (pongamos, por ejemplo, Concha, Secundino o Fernanda). Abrumador. Ríase usted de Stockhausen.
Como si la situación no fuese ya lo bastante bochornosa, en su tercera o cuarta variación, el bueno de Bobby se acerca a un despistadísimo y joven masculino y le hace la susodicha pregunta, what is your name o algo similar, a lo que el mozo responde, tan lleno de buena voluntad como de mal inglés: “¿Cómo?” Y el bueno de Bobby (que en inglés debe significar “besugo”), creyendo que el mozo se llamaba Como, construye una nueva e improvisada catedral sónica a base de “comos” en octavas ascendentes y descendentes, pasando del registro de Tom Waits al de María Callas sin despeinarse, mientras un servidor se meaba de la risa en su casa y daba la velada por buena.
Estoy seguro de que todo este despropósito podría servir como metáfora ilustrativa de algo; pero para mí es, simple y llanamente, la imagen que primero me viene a la cabeza cuando oigo la expresión “vergüenza ajena”. Aunque estoy seguro de que al bueno de Bobby no lo preocupó lo más mínimo y siguió siendo feliz (lo siento, tenía que terminar así).

5 comentarios:

Xoselois dijo...

As-salam aleikum :
Pues sí, amigo espantajés. Yo también estaba aquella noche frente al televisor, observando el memorable chou del McFerrin, y avergonzándome ajenamente ante tal sarta de gorgoritos al más puro estilo triunfito.
Recuerdo esa perenne sonrisa grifera, y recuerdo también ese continuo tecleo del micro con los dedos índice, anular y corazón. Parecia que estuviese tocando el saxo (y me contengo para no caer en la chanza fácil) del muermo de Kenny Gee.
El chavalote tendrá una glotis divina de la muerte, que la tiene. Pero visto el uso que le dá, bien podría dedicarse a producir gargajos en lugar de gorjeos.
Por cierto, me he divertido casi tanto al leer su ":cómo ser feliz" de usted, como cuando vi al Bobby meter la katiuska (o en su caso la sandalia o la pezuña)improvisando sinfónicamente con el nombre del pobre Sr. Cómo.
Ilal.liqa

Anónimo dijo...

No lo tendrás grabado en ese maravilloso formato que es el VHS, ¿verdad?

Saludos.

Anónimo dijo...

Por cierto, me he fijado en la película de la semana (ahí a la derecha y pone EDEN LAKE)... ¿cómo haces para colocar una imagen en el enlace?

Anónimo dijo...

Por un lado disculparme por el cierto abandono, que a este, para mi ya estimado, rincón de sabiduría he hecho.(Quizás ustedes ni lo notaron o en el peor de los casos les alivió).
Por el otro decirles que cada uno hace con su garganta lo que le place y si le pagan por ello más.
Y, por el otro más, darle las gracias, señor Toni Bascoy,1. por descubrirme a Redd Kross, conservaré mis belotas auditivas. 2. Por la imagen de la señorita que sostiene sugerente esos adornos navideños.
Un servidor siempre a sus pies.

Xoselois dijo...

Pues sipis, Fetidoman. Al final te acabaré dando toda la razón del mundo (no la del periodicucho, sino la del mundo mundial). Cada uno que haga con su garganta lo que bien le venga en gana. Que se lo digan a la Linda Lovelace o al William Mark Felt.
Un estrujón!