viernes, 16 de enero de 2009

:Thomas Austin

Pocos, por no decir nadie, pueden presumir de haber devastado ellos solitos un continente entero. Así, a vote pronto, sólo se nos ocurre el caso del aussie Thomas Austin. Australia, sin ser la cuenca del Amazonas, había presentado a lo largo de la historia períodos de años, e incluso décadas, de cierto esplendor vegetal. Pero todo esto cambió en 1859, cuando al bueno de Austin, un terrateniente de la zona de Victoria, se le ocurrió importar 24 conejos salvajes de Inglaterra y los soltó en la maleza que rodeaba su casa para tener algo a lo que disparar (con lo a mano que tenía, por ejemplo, sus sienes). La fauna australiana, aun llena a rebosar de peligrosos depredadores, no tenía ninguno específicamente adaptado para dar caza al foráneo roedor, con lo que los conejos comenzaron a reproducirse como idems y a alimentarse como una plaga bíblica después de un porro con todo lo que encontraban a su paso. En sólo veinte años ya habían arrasado buena parte del pasto y vegetación de Victoria, y comenzaron a extenderse por el resto de la isla, a una velocidad de 120 kilómetros por año, convirtiendo fértiles valles y frondosos bosques en puritito desierto. En un país con una economía eminentemente agraria y ganadera, el hecho de quedarse sin pastos resultaba un serio problema, con lo que las ovejas y demás ganado tuvieron que extender su campo de acción, impulsando la desertización de la isla. Como las ovejas producían menos, los granjeros tuvieron la genial idea de aumentar la cantidad de ganado para mantener los beneficios, creando una espiral devastadora como un amor no correspondido. Para más inri, después de 40 años de verdor esmeralda, en 1890 Australia entró en una década de sequía despiadada e inmisericorde que acabó de destrozar el fino y débil manto fértil de la isla. En esa década se murieron la mitad de las ovejas del país (35 millones), pero los conejos de las narices sobrevivieron tan campantes.
A mediados del siglo XX se creyó encontrar una solución para la plaga conejil: se extendió por la isla un virus importado de Sudamérica, la mixomatosis, que resulta inocuo para todos los seres vivos menos para los conejos, que mueren en un 99,9%. El problema fue que los supervivientes (uno de cada mil) engendraron en pocos años una raza de superconejos inmunes a la mixomitosis. Hoy en día son más de 300 millones, y subiendo.
Aunque hay aguafiestas que dicen que los conejos se introdujeron en Australia vía Tasmania en 1788, nosotros preferimos quedarnos con la historia de Thomas Austin, mucho más aleccionadora e ilustrativa sobre la estupidez humana. Ya sabéis: no dejéis que la verdad estropee una buena historia.
[Para una versión más extensa, y mejor contada, de esta narración (y otras miles sobre el continente austral, a cual más divertida y rocambolesca), no dejen de agenciarse En las Antípodas, de Bill Bryson].

3 comentarios:

Xoselois dijo...

Vaya macholas el tío Thomas.
Idem ocurrió y ocurre en España, salvando las distancias geográficas y economicocatastróficas, con el eucalipto.
El menda del Fray Rosendo Salvado envió desde las Antípodas unas cuantas semillitas a su familia de Tuy (Galicia) en 1846; aunque las primeras semillas que llegaron a europa lo hicieron unas siete décadas antes, tras el viaje del flipao del Cook a Australia.
Pues bien, actualmente hay en España más de medio millón de hectáreas de eucalipto, de las cuales el 44% están en Andalucia-Te-Quiere y el 27% en Galicia-Calidade. Por provincias destaca Huelva con el 40% de las hectáreas de todita España.
Y, ¿qué ocurre con el arbolillo de marras? Pues que putea a la flora local, agotando con sus raíces la riqueza de nutrientes del suelo; y los residuos que desprende (hojas, flores y frutos) tienen substancias que impiden el crecimiento de otras plantas a sus pies.
Así que si tal, les cambiamos a los aussies los eucaliptos por los conejos, que aquí, gracias a diosito, tenemos zorros y lobos bien aprendidos (aunque nos empeñemos en hacerlos desaparecer de la Península).
Un arrechucho!

Anónimo dijo...

Interesante lo de los conejos... y también lo de los arbolitos.

Me gustaría poder aportar algo a mí, qué sé yo, como que hoy he comido un bocata de chorizo con queso en una Mercedes Sprinter camino de Barbadás (pueblo perdido en medio de Ourense) y que ahora pa cenar me he tomado un poquito de fuet...

No sé si todo esto estará a la altura pero, la verdad, me apetecía compartirlo con todos vosotros.

Un fuerte abrazo, maestro reverendo, desde el Otro Lado

Xoselois dijo...

Pues yo creo que sí está a la altura, querido Borja.
Ahora a mi me apetece tomarme un peazo bocatachorizo con queso, y vivo yo que me lo voy a jalar bien jalado!
Y se lo agradezco a usted, amigo!