miércoles, 26 de noviembre de 2008

:manuscrito hallado en una botella (de licor café) [50]


26 de noviembre - Hoy ha sido un día largo y descorazonador. Me cuesta afrontar la idea de que mañana será igual o peor. Una cosa me ha quedado clara desde el primer momento: no he nacido para vendedor. Desprenden éstos un orgullo, una autosuficiencia que ni poseo ni sé simular. Me temo que no puedo sentirme orgulloso de lo que es casual, aleatorio o transitorio.
Por la mañana, mientras esperaba la hora para salir, comenzó a llover, primero con fuerza y después lenta y desapasionadamente; una lluvia aburrida en todos los sentidos. Damián (que conoce el estado comatoso de mi coche) me llama y me dice que pasará a recogerme, lo cual agradezco. Aparece a los diez minutos y nos acercamos hasta el palacio de exposiciones con las noticias matinales de fondo. Los alrededores están llenos de coches y camiones y tenemos que aparcar a un buen kilómetro. Por suerte ha dejado de llover.
A la luz del día mi traje aparece arrugado como un escroto, y la camisa tiene feas manchas amarillas de humedad, como si alguien la hubiese usado para limpiar la cabina de una sex shop. El efecto bofetada se incrementa al comparar el conjunto con la impoluta vestimenta de Damián, que se siente cómodo y natural en su traje azul eléctrico: se ha quitado la chaqueta mientras conducía para no arrugarla (detalle uno), sabe hacerse el nudo de la corbata (dos), y cuando se pone la chaqueta se da unos sutiles pero enérgicos tirones de las mangas para colocárselo todo en su sitio (y tres). A su lado parece que voy con un chándal ligeramente sofisticado.
Me saco la corbata del bolsillo y le pido que me haga el nudo. Se la pone por encima de los hombros y, tras un segundo de reflexión, comienza a retorcerla y plegarla con una serie de movimientos que nunca podré llegar a memorizar. Hay que ser realistas.
Llegamos a la puerta convenida cinco minutos antes de la hora, pero ya nos están esperando todos: las cuatro chicas, los otros dos comerciales, y Benito. Cogemos sus explicaciones in medias res, pero tiene la deferencia de hacernos un resumen para ponernos al día y continúa en el punto dónde lo había dejado: nos repartiremos por parejas mixtas en los dos pabellones, intentando abarcar el mayor perímetro posible. Nos entrega un fajo de subscripciones y un bolígrafo para rellenarlas. Nuestra tarea consiste en captar subscriptores para un club de vinos: boletín trimestral, oferta de suscripción durante la feria con vinos y dos libros de regalo, y bla bla bla. Lo importante –no, lo fundamental- es que nos faciliten el número de tarjeta de crédito; el resto (nombre, dirección, teléfono) resulta superfluo, de lo cual colijo que necesitan cerrar el trimestre con ciertos beneficios, a costa de quien sea y como sea. Benito nos arenga como un entrenador borracho pero (todavía) optimista. Nos da unos pases de invitado (unas tarjetas que debemos llevar colgado de la solapa mientras permanezcamos en el interior del complejo) y entramos.
Es el interior un espacio enmoquetado inabarcable, inconcebible por una mente humana cuerda, viéndose obligados a dividirlo en secciones con paneles y tabiques falsos. Suena por megafonía un hilo musical de greatest hits de entre hace cinco y diez veranos, interrumpido por anuncios de aperturas y presentaciones que despiertan y mueven a un público que ya a primera hora parece aburrido y adormilado. A esa hora del primer día la mayoría de los visitantes son jubilados, que se pasean de un stand a otro recogiendo folletos y muestras gratuitas, mezclados con representantes y comerciales que se están dando un paseo para espiar a la competencia. Público de segundo categoría, pienso con el cinismo y la superioridad moral acorde a mi nuevo cargo.
Nos juntamos los nueve en el centro del pabellón A y Benito nos divide por parejas. Damían, no tengo ni idea de cómo, logra que lo emparejen con Lucía (cómo los prestidigitadores, la mayoría de sus movimientos resultan invisibles, y hace que una técnica sumamente elaborada parezca magia), y los manda con otros dos al pabellón B. A mí empareja con una tal Beatriz: morena, bajita pero con buen tipo, con unos ojos graciosos e inteligentes (aunque de una inteligencia pragmática y despiadada)... pero lo que se dice guapa, pues no. Un aliciente menos.
Nos arrastra Benito hasta uno de los pasillos principales y nos sitúa estratégicamente, uno a cada extremo. Traza un círculo imaginario con la mirada, el área que debemos dominar. El resto, en principio, lo deja a nuestro libre albedrío.
Cuando nos quedamos solos, Beatriz y yo, cada uno en un extremo del corredor, nos miramos con cierta timidez, como dos niños demasiado crecidos ya para creerse sus propios juegos. Este paréntesis dura unos segundos, lo que tarda en cruzarse el primer jubilado con Beatriz: ella lo aborda y le suelta una perorata que no puede estar improvisando sobre la marcha. Hasta yo puedo ver que el tipo no está prestando atención a lo que ella dice, limitándose a escanearla de arriba abajo con una sonrisa complaciente y beoda. Cuando ella acaba su monólogo, él se despide con una palmadita en el hombro, y ella se lanza a por el siguiente transeúnte. Comprendo pronto que esto es una competición, que el número de posibles subscriptores es finito y limitado, y que si nos sitúan de dos en dos es, principalmente, para que nos vigilemos mutuamente y nos sirva de acicate. De repente, ciento cincuenta euros me parecen una nimiedad. Vaya mierda de fin de semana. [Continuará]

4 comentarios:

toni bascoy dijo...

Seguimos con las efemérides: les prometí que no les daría la murga hasta el capítulo 50... y aquí está. Sólo quiero aprovechar este momento que yo mismo me permito, para saludarles a todos, los fieles y los traidores, los veteranos y los recién llegados... y darles las gracias. Sin sus comentarios y apoyo esto no habría pasado del capítulo 8 (bien pensado, esto no sé si es bueno o malo). Lo dicho: un abrazo y a cuidarse.

Anónimo dijo...

Y después de todo la relatividad...

Fétidoman dijo...

Me toca un poco los cojones(como le llamaste escroto? no son cojones?) toda esta historia. Un Damián que le entra a saco con lo de la corbata y luego le da celos con la tía. Luego que si no es guapa, para donde miraba luego el viejo?, "si sabre yo donde tienes la cara" dijo una vez un sabio. No era una convención de vinos, pues ya tienes todos los ingredientes... Para eso sí que hay que saber ser comercial.

toni bascoy dijo...

Ay ay ay, mister Fétido. Le he calado, bacalado. Y sólo ha hecho falta que maese Lois me haya dado un par de sutiles pistas (nombre y primer apellido, concretamente). Si usted desea permanecer en el anonimato de su armario, no seré yo quien lo saque a la luz a golpe de outing. No tengo nada en contra de los marianos anónimos. Un saludo desde Espantajería D.C.
Por cierto: ¿ha visto usted los tres largometrajes que se han editado hasta el momento sobre Futurama? Sin cambiar la historia de la animación, son entretenidas y tienen momentos de alta inspiración. Lo dicho: un abrazo...