Por ejemplo, una guerra de patentes entre la corriente contínua y la alterna entre las compañías de Edison (la General Electric) y la de Westinghouse, hace que el ladino Edison, para convencer a la opinión pública del peligro de la corriente alterna de la competencia, achicharre animales en plazas públicas. Pasando de las mascotas y el ganado a los elefantes, a Edison se le ocurre la genial idea de que nada mejor para convencer a las personas del peligro mortal de la electricidad, que matar a una persona. Para ello construye la primera silla eléctrica, y el primer "voluntario" en probarla es el reo condenado a muerte William Kemmler.
Así lo cuenta Echenoz:

Hasta ahora, en tales casos, se ahorca. Pero Edison, valiéndose de sus relaciones, aduciendo que su nuevo sistema es más humano que el brutal patíbulo, más rápido, más higiénico, se las ingenia para hacer instalar un dispositivo idóneo en el penal. Considerando que ser sometido a tal procedimiento requiere un mínimo de confort, se juzga preferible que el reo esté sentado: en vista de ello se ordena talar y trocear un roble que crecía inocentemente en el patio de la cárcel, y con cuya madera los codetenidos de William Kemmler confeccionan un sucinto sillón. A dicho mueble se fijan dos electrodos revestidos de esponjas húmedas, conectadas a una dinamo modelo Westinhouse, obtenida clandestinamente. Y a las seis de una mañana de agosto, en un cuarto paradójicamente iluminado con gas y en presencia de una veintena de testigos, periodistas, sacerdotes y médicos, se acomoda a William Kemmler en el flamante asiento.

Esto, sin duda, convierte a Kemmler en un pionero, y merecedor de pertenecer a nuestro exclusivo Panteón de Desconocidos Ilustres.
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